Opinión | El trasluz
¿Qué haces ahí?
Mis reflexiones superficiales flotan sobre un magma viscoso y brillante, como al rojo vivo, que podría evocar al mundo subconsciente
Cuando me meto en la cama y cierro los ojos, trato de imaginar la corteza terrestre como la de una naranja que se ha cuarteado, dividiéndose en trozos que flotan sobre un magma ardiente que ha sustituido a los gajos. Como la distancia entre estos estos fragmentos de corteza es pequeña, no es raro que se golpeen entre sí, dando lugar a terremotos, o a maremotos y a tsunamis: todo eso, en fin, que incluye también escapes del magma ardiente, al que llamamos lava, por entre las rendijas de las fracturas. A veces imagino que mi cama flota sobre una de estas piezas (¿las placas tectónicas?) que me recuerdan asimismo a las de un puzle. Quizá estas piezas no acaban de hallar su sitio sobre el magma y al buscarlo se golpean, como los vehículos en los coches de choque, con las piezas vecinas, a las que les ocurre lo mismo.
Mientras me pierdo en estas fantasías, a la espera del sueño, me doy cuenta de que mis reflexiones superficiales flotan asimismo sobre un magma viscoso y brillante, como al rojo vivo, que podría evocar al mundo subconsciente. De entre las grietas de mis fantasías más frívolas surgen, pues, con frecuencia, representaciones terroríficas que cubren la superficie de mi pensamiento y me obligan a salir de la cama y a buscar el blíster de los ansiolíticos para evitar la formación de tubos volcánicos por los que salga a la luz lo reprimido.
Significa que dormirse no es tan fácil, sobre todo cuando te lo propones. No es raro que, después de una noche de insomnio, uno se quede dormido sin querer en el cine. Habías entrado a ver esa película que te interesaba tanto y, apenas comenzada la proyección, tu cuerpo comienza a relajarse y te vas hundiendo sin darte cuenta en el letargo que por la noche intentabas conquistar desesperadamente. Al sueño le gusta cogernos a traición. Le gusta que paguemos por entrar en él, de manera que quizá al adquirir la entrada del cine, estamos comprando al mismo tiempo la del descanso. De ahí que otra de las fantasías que utilizo al meterme en la cama sea la de una taquilla en las que venden tiques para soñar. Lo inexplicable es que la taquillera suele ser mi madre. ¿Qué haces ahí?, le pregunto.
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