Opinión | retiro lo escrito
Perdiz u ornitorrinco
La izquierda va cayendo sin prisas pero sin pausas y la derecha crece, sobre todo, a expensas de la ultraderecha

El presidente del Gobierno, Pedro Sánchez, y la vicepresidenta primera, María Jesús Montero, tras la votación de los decretos el pasado miércoles. / José Luis Roca
La inmensa mayoría de las encuestas electorales señalan que de celebrarse ahora elecciones generales ganaría ampliamente el Partido Popular, con entre 150 y 160 escaños, mientras el PSOE perdería más o menos una docena de diputados. Con el apoyo de Vox –voto afirmativo o abstención– el presidente sería Alberto Núñez Feijóo. La izquierda va cayendo sin prisas pero sin pausas y la derecha crece, sobre todo, a expensas de la ultraderecha. Ocurre en la mayor parte de Europa y América. Este año –lo recordaba hace poco Joaquín Estefanía– habrá elecciones en 70 países (Estados Unidos, India, Rusia, Indonesia, México, Taiwan..) en las que votarán unos 3.100 millones de personas. En la mayoría se prevé un giro a la derecha, y a veces, cada vez más veces, una inclinación hacia una ultraderecha populista, desafiante y desestructurante. Lo cierto es que cansa bastante escuchar o leer las explicaciones desde la izquierda –y en particular las izquierdas socialdemócratas– sobre la derechización política. Suelen insistir en que la gente se deja engañar por los cantos de sirena contra la partidocracia y el estado de Bienestar y a favor de los valores tradicionales y los hombres (y las mujeres) providenciales. Es cierto que millones de ciudadanos –entre la clase media desfalleciente y el precariado pujante– en Europa, en América, en la India se sienten engañados por mucha gente. También por la izquierda.
Un tipo no particularmente inteligente, pero con facilidad para redondear frases contundentes, Mark Fisher, decretó hace años que es más fácil imaginar hoy el fin del mundo que el fin del capitalismo. Pero en realidad la cosa es más peliaguda. Es más fácil imaginar hoy el apocalipsis –tenemos una amplia variedad de opciones a nuestra disposición y la verdad es que trabajamos en todas– que la domesticación de un capitalismo globalizado que tiene como última frontera una economía basada en la vigilancia y en los datos. Cada vez más inequívocamente nosotros no compramos productos. El producto somos nosotros: nuestras preferencias, nuestros gustos, nuestras aficiones, nuestras esperanzas y anhelos de prosperidad, consumo y estatus. Y nos venden y revenden a través de los ordenadores y los teléfonos móviles. Es jodidamente difícil liberarse de esta forma de dominación el capital. El poder político que gestiona básicamente su reproducción opera tanto «predictiva como retrospectivamente». Cuando estalló la crisis financiera de 2007/2008 ganó por goleada el temor al derrumbe del sistema económico y social; no se consideró una oportunidad estupenda para remover estructuras y estrategias. El 15M fue una fugaz demostración de no haber entendido nada. Después de la momificación definitiva del mito de la revolución ha decaído el prestigio de las reformas de un progresismo autopropagandístico. Lo que queda de la modernidad se escurre por el desagüe y con el agua sucia desaparecen también las promesas de futuro –los mundos alternativos– del comunismo, del socialismo y de la socialdemocracia.
El sanchismo gobernante es el work in progresss de una socialdemocracia que se sabe ya en minoría perpetua: solo puede gobernar, cada vez más apuradamente, con el concurso de fuerzas independentistas que convierten en rasgo funcional la debilidad político-electoral del PSOE, igual que el PSOE ha hecho de su desfallecimiento una nueva cultura de partido. Al igual que el resto de centroizquierda practica la fragmentación y suma identitarista, el sectarismo woke, el buenismo indestructible, una superioridad moral casi victoriana y principios tan incuestionables como flexibles. Son los que celebran como una victoria histórica la nueva subida del salario mínimo pero saquean a los autónomos y suscriben la nueva trinchera cavada por la política migratoria de la UE. Aquí, en Canarias, ven al consejero de Educación del PP en el Gobierno autónomo abriendo escuelas infantiles para niños de hasta tres años y mascullan entre dientes: «¡Pero qué caradura! Eso es nuestro ¡Nos están robando!».
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