Opinión

Resacas de Nochebuena

¿Cómo evitar la resaca de Fin de Año? Estas son las siete claves que sí funcionan

¿Cómo evitar la resaca de Fin de Año? Estas son las siete claves que sí funcionan / Freepik

En la omnipotente Era Amazon –que vende y lleva a todos los rincones del planeta cuando puedas, o quieras, tener y pagar– pronto sacarán al mercado el bálsamo de Fierabrás que, en la tétrica etapa cervantina, curaba todos los males, golpes y apaleamientos que sufría el hidalgo manchego. Viejo, decrépito y menguado, pero garrido y osado en su afán de hacer justicia no tembló ante una España radicalmente sectaria que, apuntando a su cantada e imparable decadencia, se consideraba todavía el centro de un mundo, radicalmente injusto y por el que había hecho muy poco por mejorar.

No se extrañen en las navidades pasadas de los anuncios inútiles y fraudulentos, porque son muchos productos peores, con comprobación o sin ella, que se brindan sin garantías y que, aún no respondiendo a las cualidades y valores que se les atribuyen, si no los alcanzan –y nadie los busca y reclama– no pasa nada; no hay responsabilidad ni sanción porque nadie está obligado a comprar maravillas o porquerías y luego reclamar por sus inexistentes virtudes o calidades.

En estas fechas ya superadas, y acaso por tedio y tristeza, recorrí algunos mercadillos circunstanciales que nos ofrecen a precios increíbles insólitas maravillas descubiertas –nunca mejor dicho– por la frágiles y baratas industrias chinas y vendidas a un ingenuo y consumista occidente que está más dispuesto a comprar fugaces barajitas que a intervenir en la inflación galopante que nos castiga a todos; todo es posible y cuasi lícito, menos decidir a parar las guerras que matan de plomo o de hambre, o de ambas cosas a la vez a los de siempre.

En ese recorrido callejero que, en la suma global y a su modo, hace competencia a las grandes superficies me encontré con algunos amigos hastiados en busca de alguna churrería o de un viejo juguete, igualmente aburridos que yo, y también con la sana intención de regalarnos de un cacharro de madera o latón comprada en días marcados en rojo o pregonados en vísperas.

Los primeros rayos de luz revelaron los efectos de una noche atiborrada y, tal vez, menos alegre de lo que todos los viandantes pensamos. Cerca de un cafetín fugaz oímos los comentarios de un par de agentes que, con toda probabilidad, gozaban del primer respiro de la velada. Comentaron que todas las pesquisas policiales se redujeron a un par de tirones de bolsos, a algunos broncas chulescas y a la difícil demanda de policías reclamados desde distintas zonas conflictivas y que patrullaban por otros lugares. Era obligatorio mirar los restos de aquel naufragio urbano, los papeles de colores, las cajas vacías, los huecos entre los puestos con cartoné que, un rato antes lucían nuevos.

Involuntariamente le di una patada a una figura de yeso que, con el rabo perdido y la oreja mustia, recordaba su procedencia de la afamada industria religiosa de Olot; la recogí con cierta ternura y pensé en un rato de ocio para recomponerle la oreja y devolverle el rabo. Más adelante, una estrella de Belén, brillante como un anuncio de circuito de Broadway, cegada en los dorados y los azules, que nos enseñaba el verde y el rojo, la autorización y el paso de los disminuidos viandantes que vimos otros amanecer. De algún modo parecía invitarnos al regreso, a contar una nochebuena más y a comparar recuerdos con la nostalgia que siempre favorece a los primeros. La noche transcurrió en ese carácter, con alguna que otra bronca leve, los gritos estentóreos para las últimas rebajas, los tres en uno y, con los primeros trazos del día, absolutamente nuevo, vimos los restos embarullados de los envoltorios y los fraudes.

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