Opinión

Antonio Papell

La guerra casi perdida de Ucrania

Ataque del Ejército ruso sobre Odesa, en Ucrania.

Ataque del Ejército ruso sobre Odesa, en Ucrania. / Europa Press/Contacto/Nina Lyashonok

El Consejo Europeo que puso fin en diciembre al semestre de presidencia española consiguió, por gentileza de Viktor Orban, colocar a Ucrania en la lista oficial de pretendientes a la incorporación a la UE mediante la apertura de negociaciones (como es sabido, el primer ministro húngaro abandonó la reunión en el momento de adoptarse al acuerdo), pero no fue posible aprobar una ayuda de 50.000 millones de euros necesarios para sostener a Ucrania en su guerra contra Rusia. Se espera que esta partida sea aprobada en un nuevo Consejo en este mismo enero, pero no hay garantías de que Orbán acceda a este gasto. Y, de cualquier modo, este aplazamiento lanza un mensaje muy negativo puesto que cuestiona el interés occidental en la causa ucraniana.

Este provisional fracaso se ha producido cuando los Estados Unidos también están fallando en la ayuda a Kiev. Como es sabido, Biden está encontrando la oposición de los republicanos a las nuevas partidas de gasto destinadas a la guerra en Europa; la derecha USA quiere intercambiar dichas ayudas por nuevas y más duras medidas contra la inmigración.

En definitiva, el entusiasmo con que Occidente salió a auxiliar a Ucrania frente a la voracidad territorial de Rusia parece haberse apagado. Una de las razones tácitas de este creciente y manifiesto desinterés es sin duda el surgimiento de otra guerra inquietante en el Cercano Oriente, tras la incursión terrorista de Hamas del 7 de octubre, que desencadenó una confrontación militar en la que han muerto ya más de 22.000 palestinos, en su inmensa mayoría civiles y más de la mitad de ellos niños. La sombra de un genocidio planea sobre aquellos atormentados territorios, lo cual es estremecedor si se piensa que quien comete las mayores atrocidades es el pueblo que padeció el Holocausto.

Es preciso reconocer que la contraofensiva ucraniana que comenzó en junio, y con la que Kiev pretendía expulsar a los rusos de los territorios invadidos por estos, incluida Crimea, ha fracasado. El concepto que mejor describe hoy la situación del conflicto es estancamiento. Se mantiene una dura guerra de desgaste en la que empiezan a faltarle las fuerzas a Ucrania. Por el contrario, aquellas previsiones que afirmaban que las sanciones impuestas a Moscú situarían al Kremlin en una posición insostenible no han atinado. Nina L. Jruschova, analista política, nieta del expresidente ruso, afincada en los Estados Unidos, ha recordado que, cuando se estancó la ofensiva inicial de Rusia, el entonces Primer Ministro británico Boris Johnson, de visita en Kiev, aseguró que Ucrania debería «simplemente luchar», en lugar de negociar un acuerdo de paz. Era mejor a su juicio dejar que Rusia perdiese espontáneamente (debilitando la economía del país, agotando su ejército y dañando la posición de Putin, posiblemente sin posibilidad de reparación). Obviamente, esto no ha ocurrido.

Putin ha sabido sortear magníficamente las sanciones económicas, formar un formidable ejército y dotarlo de armas suficientes y menos obsoletas de lo que se creía, mientras su pueblo aplaude masivamente la guerra, lo que augura al inquilino del Kremlin un triunfo sonado en las próximas elecciones (no hay que olvidar que sus enemigos políticos están todos en la cárcel). Ha habido considerables bajas en ambos lados pero es Ucrania la nación devastada, en tanto Rusia, un país inmenso con una población grande, sobrelleva mejor la contienda, que no está en el día a día de la gente.

Occidente, por lo demás, asiste a la situación con franco embarazo. Si Ucrania pierde este envite, los países orientales de la UE quedarán en una situación zozobrante tras el desastre geopolítico que ello supondrá para la OTAN y los grandes actores democráticos, EEUU y la UE. Por todo ello, parece oportuno sentar cuanto antes a Moscú en la mesa de negociaciones para buscar una paz justa que delimite unas fronteras claras, coherentes con la distribución étnica de la región y con la historia.

Asistir impasiblemente a una guerra cruenta que no conduce a parte alguna es un desastre para la globalización ordenada y demuestra la falta general de liderazgo de un mundo en que la muerte obscena ya forma parte dramáticamente del día a día.

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