Opinión | Observatorio
Jesús A. Núñez Villaverde
El asesinato de Al Aruri

El asesinato de Al Aruri / El Día
En el explosivo contexto bélico de Oriente Próximo la eliminación de Saleh al Aruri, uno de los máximos dirigentes de Hamás, resulta especialmente relevante por varios motivos.
Aunque Israel no haya confirmado oficialmente la autoría, es inmediato asignarle la responsabilidad directa de este asesinato, tal como de hecho apunta el portavoz de la Casa Blanca en respuesta a preguntas sobre el particular, argumentando que Israel tiene el derecho a defenderse con todos los medios a su alcance (como si no hubiera límites marcados por el derecho internacional). La muerte de Al Aruri es, sin ningún tipo de excusas, una ejecución extrajudicial (como la que Washington realizó hace cuatro años en el aeropuerto internacional de Bagdad para eliminar al general iraní Qasem Soleimani) y una violación de la soberanía nacional de Líbano. Y, sin embargo, como una señal más de la normalización de aberraciones que deben ser condenadas sin paliativos, se da por hecho que Israel tiene carta blanca para deshacerse de sus enemigos, sin que nadie recuerde que Líbano también tiene derecho a la legítima defensa contra un ataque recibido en su propia capital.
El ataque con un dron se produjo en Dahiya, feudo nuclear de Hizbulá en Beirut, lo que lleva a suponer que Israel ha calculado (seguramente con razón) que la milicia chií libanesa no tiene voluntad política para escalar el conflicto que mantiene con las Fuerzas de Defensa de Israel (FDI) desde hace décadas. La última vez que se produjo un choque de alta intensidad entre ambos fue en el verano de 2006 y desde entonces, aunque Hizbulá ha incrementado notablemente su capacidad de combate, es un hecho que nunca se ha atrevido a repetir la experiencia, consciente de su inferioridad de fuerzas. Por eso conviene no dejarse llevar en este punto por las incendiarias palabras de sus principales dirigentes, con Hasán Nasrallah a la cabeza, entendiendo que lo más probable es que se limite a corto plazo a aumentar en alguna medida el lanzamiento de misiles contra territorio israelí, pero sin ir mucho más allá.
La acción israelí muestra igualmente que para su Gobierno la eliminación de dirigentes de Hamás es mucho más importante que la liberación de los rehenes que la milicia palestina tiene aún en sus manos. Hace apenas una semana Al Aruri estuvo en Qatar, explorando la posibilidad de un nuevo intercambio de prisioneros con Israel. Pero ahora su asesinato no solo interrumpe cualquier contacto, sino que hace aún más difícil que, tras el golpe recibido, el Movimiento de Resistencia Islámica esté dispuesto a liberar a nuevos rehenes israelíes.
Del mismo modo, la modalidad quirúrgica elegida para eliminar a Al Aruri demuestra que, cuando lo desea, Israel cuenta con medios suficientes –tanto de inteligencia como de fuerzas especiales y de tecnología– para golpear con una precisión extrema, reduciendo al mínimo el impacto entre la población civil. De ahí se deduce que la masacre que está haciendo en Gaza, en contra de sus propios argumentos sobre la limpieza de sus acciones y su ajuste al derecho internacional humanitario, busca deliberadamente la muerte indiscriminada de civiles inocentes, convirtiendo Gaza en un lugar inhabitable y forzando una limpieza étnica imposible de ocultar con la recurrente apelación a los inevitables daños colaterales.
Cabe entender que racionalmente Israel no desea la escalada en toda regla, aunque solo sea porque activaría a fuerzas mucho más potentes que Hamás y le obligaría a diversificar sus esfuerzos en múltiples frentes, en lugar de poder concentrarse en la operación de castigo que está desarrollando en Gaza. Pero también cabe suponer que para un primer ministro colocado en la diana por su propia opinión pública y contrariado en sus planes para blindarse judicialmente por el Tribunal Supremo, la única opción real que le queda para evitar la cárcel es prolongar e intensificar el conflicto. Binyamin Netanyahu calcula –con el respaldo que le presta Washington– que ni Hizbulá ni Irán –que ni siquiera dio ese paso cuando Soleimani fue eliminado– están actualmente en condiciones de implicarse en una guerra frontal y abierta contra Israel. No falta mucho para comprobar si acierta.
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