Opinión | La opinión del experto

Martín Caicoya

El diferente valor de una vida

Un hospital de campaña en el Congo, con familias siendo atendidas contra la malaria y la desnutrición infantil.

Un hospital de campaña en el Congo, con familias siendo atendidas contra la malaria y la desnutrición infantil. / LOUISE ANNAUD

No todas las vidas valen lo mismo. Las 20.000 perdidas en estas pocas semanas en Gaza no se pueden comparar con las invisibles 1.000 diarias que produce la malaria en niños. Detener las muertes en Gaza es un acto de voluntad. No depende del capricho de los dioses o los azares de la naturaleza. Está en manos del gobierno Israel. También está en nuestras manos prevenir una buena parte de las muertes por malaria. Lo mismo se puede decir de la tuberculosis, que mata a 1,3 millones de personas al año

Uno se pregunta por qué no existe una vacuna eficaz para estas dos enfermedades cuando hemos avanzado de forma tan espectacular en la biotecnología. Contra la tuberculosis se diseñó a principios del siglo XX una vacuna de bacilo atenuado, una de las estrategias vacunales más antiguas, denominada BCG por las siglas de bacilo de Calmette y Guerin, los franceses que lograron disminuir la virulencia de la bacteria. Para hacerlo, cultivaron repetidamente el bacilo bovino de la tuberculosis en un medio con bilis de buey, glicerina y patata durante 2-3 semanas. Repitieron el ciclo 230 veces. En 1920 lograron una bacteria sin capacidad de causar enfermedad en diversas especies animales. El primer niño se vacunó en 1921. La experiencia demuestra que no es eficaz para prevenir la tuberculosis pulmonar pero sí evita las formas precoces en niños, como la tuberculosis miliar o la meningitis. Aunque forma parte del programa de vacunación de la OMS desde 1974, en los países desarrollados apenas se usa. Principalmente porque apenas hay tuberculosis en recién nacidos y porque dificulta el estudio de contactos. Pero no hay alternativa vacunal de momento.

El colombiano Manuel Elkin Patarroyo saltó a la fama cuando diseño una vacuna contra la malaria. Es una proteína que contiene antígenos de las etapas sanguíneas del paludismo además de otro que reconoce cuando el falciparun se convierte en esporozoíto. El primer ensayo se realizó en Colombia, publicado en la revista Lancet en 1993. Reunieron 1.548 voluntarios mayores de un año, 738 se vacunaron con tres dosis, 810 sirvieron de testigo inyectados con un placebo. Demostraron una capacidad de protección contra el primer episodio de malaria del 33,6%; en niños de 1 a 4 años llegaba al 77%.

Patarroyo se hizo mundialmente famoso, donó la vacuna a la OMS y en 1994 recibió el premio Príncipe de Asturias. Las fabulosas expectativas pronto se diluyeron. El primer revés fue el ensayo en Tailandia realizado entre 1993 y 1995. Allí no se pudo demostrar que protegiera a los niños. La sentencia de muerte la dictó la Cochrane, una agencia independiente que evalúa la evidencia científica. En 2006, tras revisar los ensayos clínicos realizados hasta la fecha, concluyó que no era eficaz.

En estos años se han desarrollado al menos dos vacunas que ofrecen esperanza. La primera, RTS,S, es una proteína recombinante. La técnica se aprovecha de la capacidad de los virus para colonizar las células. La proteína RTS,S crea pseudo partículas virales que imitan a las del parásito plamodium falciparum. Para trasportarla se une a un antígeno de la hepatitis B. De ahí lo de recombinante. La OMS recomendó su administración en 2021 a niños en zonas de paludismo endémico. Se basa en la experiencia en n Ghana, Kenya.

Los análisis auspiciados por la OMS demuestran una reducción del 13% de muertes en niños y un 22% de los casos de malaria grave. Hay una versión más moderna, la R21 que aún no ha sido aprobada, pero la OMS dice que su eficacia es similar.

Comparado con la rapidez con que se desarrollaron y comercializaron las vacunas contra la Covid, el proceso de estas dos vacunas ha sido muy lento. La razón estriba, según los científicos que las desarrollaron, en que la investigación en vacunas contra la malaria -y contra la tuberculosis- no promete ingresos fabulosos. Son aventuras que pueden llevar años, con inversiones que pueden ser millonarias casi siempre financiadas por fundaciones altruistas. El proceso podría ser más ágil si los gobiernos de los países ricos se involucraran, como hicieron en la pandemia covid. Entonces lo hicieron porque eran sus ciudadanos los más amenazado.

La malaria, la tuberculosis, el dengue y tantas otras enfermedades trasmisibles asolan países que apenas tienen presencia en los medios. Sus muertos valen menos. En 2024 se producirán 100 millones de dosis de R21que, unidas a las 20 millones almacenadas, se podrían vacunar con 4 dosis a más de 54 millones de niños. Se evitarían unas 300.000 muertes. Será difícil que, una vez preclasificada la vacuna, se distribuya y llegue a los puntos de administración. A pesar del éxito con la inmunización masiva contra Sars-Cov-2, hay pocas esperanzas de que se logre lo mismo con la vacunación contra enfermedades endémicas antiguas. Nuestra indignación por las muertes en Gaza es lógica, independientemente de la postura respecto a Israel y Hamas. Si la ciudadanía occidental exigiera que nuestros gobiernos se involucraran más en la lucha contra las enfermedades infecciosas en los países menos desarrollados se salvarían muchas vidas.

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