Opinión | editorial
Responsabilidad de los padres frente a los niños tecnologizados

Una joven estudia con su ordenador. / María Pisaca
El cierre de la Navidad con el acontecimiento del Día de Reyes siempre es un buen momento para reflexionar sobre el alcance del consumismo desproporcionado y, en especial, sobre los efectos del mismo sobre los más pequeños de la casa. El afán por satisfacer las demandas de los niños en fechas tan señaladas siempre ha estado presente, en mayor o menor grado de acuerdo con el poder adquisitivo de las familias. Salvo casos muy excepcionales, los padres no son comedidos e intentan satisfacer las peticiones de sus hijos, a los que generalmente tratan de cumplimentar con regalos a los que ellos no pudieron acceder, ya fuese por circunstancias económicas, o bien por la negativa paterna frente a una exigencia bastante irracional.
No caer en la sobreabundancia requiere, por tanto, criterios de ponderación para que los niños no se conviertan en auténticos tiranos, dispuestos a poner a sus padres en verdaderos aprietos, no sólo de dinero, sino también de trasfondo sentimental. El recurso del equilibrio no es, por tanto, nada fácil en un contexto donde rigen las más extremas estrategias de mercado, que excluyen a los que se resisten frente a los estímulos y que desplazan cualquier llamada a los valores éticos desde el sistema educativo.
A nadie se le escapa que el vínculo entre la infancia y la adolescencia con la tecnología ha abierto, desde los noventa del pasado siglo, nuevos hábitos en relación a los regalos navideños. El nuevo modelo de ocio y de acceso a los contenidos ha tecnologizado, sin ir más lejos, una órbita que era ocupada por los juguetes tradicionales, por la bicicleta o por juegos de carácter comunitario. La acometida de las pantallas en todas sus vertientes ha elevado el gasto familiar hasta rangos que décadas atrás resultaban impensables.
Este avance imparable ha puesto en evidencia consecuencias no deseadas.
Grupos de padres españoles, al igual que en otros países europeos, se han manifestado en contra de que sus hijos puedan tener un móvil desde los doce años. Estos progenitores subrayan, en este sentido, efectos perversos como el acceso libre a la pornografía, determinados videojuegos o apuestas deportivas. El uso compulsivo de terminales, tanto de los progenitores como de los hijos, saca a relucir datos escalofriantes por diferentes adicciones: en el 2021 había 4.052 personas en tratamiento, según los datos del registro de admisiones a tratamientos por dependencias comportamentales o sin sustancia, puesto en marcha por primera vez en 2021 por la Delegación del Plan Nacional de Drogas.
En el desglose, las cifras registran que por el uso problemático de internet, móvil o videojuegos, tuvieron un total de 412 notificaciones, la mayoría varones y el 21,2% mujeres, encontrándose en estos tratamientos los más jóvenes con una media de 21 años. Acuden en busca de ayuda animados por familiares o amigos. La edad de inicio en este trastorno del comportamiento sin sustancias es la más temprana de todas, situándose en los 16 años.
Los estudios sobre cómo afecta la adicción a niños y adolescentes todavía se encuentran en un estadio preliminar. No existe un consenso entre los investigadores sociales sobre cómo actuar. Aparte de las alteraciones en el comportamiento, las alertas también se han encendido en la enseñanza, en particular sobre el descenso en las facultades en la comprensión lectora, el bloqueo progresivo del pensamiento crítico o la pérdida de la curiosidad dado el acceso cómodo, monolítico y sin contraste que permite internet.
Los padres deben ejercer la paternidad con responsabilidad, sabiendo que su contribución para que los hijos dispongan de la tecnología tiene sus ventajas, pero también no tienen más remedio que convertirse en vigilantes. Francia, Suecia o Gran Bretaña han puesto límites al móvil en la escuelas al considerar que existe una crisis de salud. El Consejo Escolar de Canarias trabaja ya en un informe sobre el uso y la formación en torno a las nuevas tecnologías en el ámbito educativo, que arroje luz no sólo acerca de la utilización de los móviles y otros dispositivos electrónicos en los centros educativos, sino sobre la Inteligencia Artificial y los problemas de salud mental, como las adicciones, derivados del mal uso de las tecnologías en los menores.
El crecimiento acelerado de la digitalización abre incógnitas, no de un futuro lejano, sino de un presente que ya tenemos encima. A los responsables educativos no les queda más remedio que asumir con prontitud las investigaciones necesarias. Está en juego la estabilidad en varios frentes de toda una generación.
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