Opinión | El recorte

En el vacío

Archivo - Plano general del hemiciclo del Congreso

Archivo - Plano general del hemiciclo del Congreso / CONGRESO - Archivo

En un salón de sesiones del Congreso semivacío, porque sus señorías debían tener otras cosas más importantes que hacer en el bar (o tal vez consideraron que el asunto no tenía suficiente enjundia), esta semana se debatió, otra vez, el problema de la migración denominada irregular por unos e ilegal por otros.

La discusión nos dejó unas asombrosas palabras del ministro de Interior, Grande Marlaska: el Gobierno, dijo, lo que hace es «salvar vidas». Pues va a ser que no. Los que salvan vidas son tripulantes de las embarcaciones de rescate de Salvamento Marítimo. Los que están en los despachos de Madrid se limitan a proveerles de los medios para hacerlo. En el caso que hablamos, claramente insuficientes. Si el señor ministro cree que su trabajo es salvar vidas habría que decirle que desgraciadamente parece que está en huelga, porque la gente sigue muriendo en la ruta hacia Canarias.

Puso en valor que la presión sobre Ceuta y Melilla ha descendido. Pero eso no es más que reconocer los hechos y sus consecuencias. Tras los reiterados incidentes que se han vivido en esas dos ciudades se produjo un refuerzo extraordinario de medios materiales y humanos. El mismo despliegue que se realizó en la zona del Estrecho y del Mar de Alborán. Poniendo mucho más difícil estas rutas se ha colocado, queriendo o sin querer, una flecha luminosa que señala hacia Canarias como el eslabón más débil de la cadena de las arribadas.

Algo así le dijo la diputada Cristina Valido, de Coalición Canaria, que además se cabreó con la falta de solidaridad de las demás comunidades autónomas. También intervino Noemí Santana, que tanto acusó de transfugismo a los demás, ayer de Sumar y hoy huida al Grupo Mixto. Dijo que el pueblo canario no va a permitir que se les convierta en «una suerte de cárcel de Alcatraz» para migrantes. Que Santana haya recuperado su voz crítica, después de cuatro años de afonía –el maldito aire acondicionado y las moquetas del Gobierno canario, sin duda–, es una excelente noticia.

La intervención más desopilante fue, sin duda, la de la diputada de Junts per Catalunya Marta Madrenas, que criticó el reparto de migrantes porque se habían enviado dos mil personas a Cataluña, muchas más que las que las derivadas a Madrid o Andalucía. Los independentistas catalanes deben estar cabreados porque los migrantes –españoles, africanos o de donde sea– les hacen bajar en las evaluaciones del informe PISA sobre el sistema educativo. O sea, los típicos problemas que padece una etnia superior cuando tiene demasiados extranjeros, con poco manejo del idioma vernáculo, en su territorio.

Como suele ser habitual en el Congreso, habló todo el mundo, unos más pomposamente que otros. Firmaron las listas de asistencia para cobrar las dietas. Miraron al soslayo, fuesen y no hubo nada. Las palabras son aire y van al aire y al diario de sesiones. Y ahí se quedan, atrapadas en la nada de la nube electrónica, mientras en la vida real los cayucos y pateras siguen llegando. Lágrimas negras de África, que van a parar a la mar, que es el morir.

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