Opinión | Curva a la izquierda
Vivo

Clínica San Juan de Dios
Dieciséis días. Volví a tentar a la suerte sin saberlo. No compré otras papeletas que las que traemos de serie. Seré un suertudo. Regresaba a casa feliz. Contento. Y prudente. Tranquilo. Y extraordinariamente atento. Como siempre cuando salgo en moto. En términos absolutos… no sé. En los relativos da exactamente igual. Ya puedes ir pluscuamperfecto, que te dará lo mismo. ¡Putos móviles! El tsunami de un golpe por detrás arrasa con todo: con tu prudencia, tu habilidad, tu experiencia, tu sensatez y con cualquier grado de precavido que tengas.
Una impotencia descomunal. Un instante eterno en el que nada responde. Una eternidad en la que vuelas sobre un abismo como aquel que aparecía en algunos despertares de la niñez. Y quieres que, como entonces, solo sea un sueño del que vas a despertar desperezándote. Pero no. El dolor insoportable del asfalto que no sabe acariciar. Que deja sus garras fuera para marcarte a fuego como hacían con el ganado del viejo Oeste. Un ruido ensordecedor que llena todo. Que distorsiona aún más ese entorno cruel en el que solo eres un pelele. Un muñeco de trapo que se rompe y se descose delante de ti. Y tú sabes que eres tú.
Incredulidad. No quieres ni puedes creértelo. Cómo te va a pasar a ti. No eres tan cabrón. Rabias contra el destino que tenía dibujado ese día y ese momento en tu vida que hasta entonces era ordenada y plácida. Y te acuerdas de tus hijos y de los que quieres. Y gritas fuerte para adentro que no puede ser. Que te necesitan y los necesitas. Que ninguna guadaña va a segarte nada porque aún puedes saltar. Y lo haces. Aunque estés roto. Esa fuerza es la única que para el golpe. Y lo para.
De pronto todo se detiene. Humo, olor, dolor… y vas intentando sentir cada parte de ti. Y ves las caras del otro lado del casco que hablan y gesticulan y no sabes siquiera si es a ti. «No le quites el casco». Y lo único que te apetece es seguir acostado en la carretera. Te duele todo. Pero lo que más el alma.
Dicen que tengo que dar gracias. No se me ocurre a quien. Siempre puede ser peor. Enorme consuelo. Pero no hay otro. Así que… Me rebelo contra estos destinos. Contra los valles de lágrimas. No creo en un dios cruel. Al menos no es con el que yo hablo. Me duelen las desgracias ajenas y me duelen las propias. No creo que el dolor ennoblezca. Ni en el sufrimiento como pago de nada. Considero los cilicios como instrumentos de un masoquismo incomprensible.
No tiene ni dos meses de carnet. Según el agente de la Guardia Civil… debía ir mirando el móvil. Otra vez: «¡Putos móviles!». En la ambulancia, un chico me pidió perdón mil veces. Sería él. No pude contestarle. Me quitó la ilusión por las motos. Hace dieciséis días volví a comprobar que para morir solo hace falta estar vivo. Hoy les escribo con la izquierda.
Feliz domingo.
adebernar@yahoo.es
PD. Mi eterno agradecimiento a las enfermeras y médicos de la Clínica San Juan de Dios. A los chicos de la ambulancia y a las personas que pararon sus coches y motos para atenderme. Especialmente a un joven negro que se desvivió por ayudarme y tranquilizarme en esos primeros momentos. A los agentes de la guardia civil. La gente es más buena de lo que deja ver. Gracias.
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