Opinión | El recorte
Elogio de la mentira

El candidato socialista a la presidencia del Gobierno, Pedro Sánchez / Alejandro Martínez Vélez - Europa Press
Decía Revel que la primera de las fuerzas que mueven el mundo es la mentira. Y es que la trola forma parte de la naturaleza humana. Es la verdad que se oculta cuando un amante dice «te querré para siempre» porque la eternidad es un plazo demasiado largo para el amor. Lo mismo que el que afirma «nunca te olvidaré» sabiendo que en la guerra del tiempo el único superviviente es el olvido.
En la mentira política se dan las mismas circunstancias que en las de la vida cotidiana. El mentiroso no reconoce que lo es, porque encuentra la manera de justificarse a sí mismo. Nadie miente porque sí: lo hace en defensa propia. Como en el caso de una infidelidad de pareja, la mentira es una trinchera que persigue salvar el pellejo.
Hasta la misma noche electoral, Pedro Sánchez sostuvo que no habría amnistía y que la medida no cabía en la Constitución. Al día siguiente ya la estaba negociando. A la cosa se le pueden buscar muchos nombres, pero no deja de ser lo que es. Y como llueve sobre mojado, la integridad del PSOE ante su propio electorado ha quedado tocada del ala. Después de haber dicho una cosa para hacer otra en el caso de los indultos, de la modificación del Código Penal o de la persecución judicial de Puigdemont, el nuevo presidente ha agotado completamente su crédito en el banco de la verdad.
Obviamente, Sánchez no es el único que ha dicho una cosa y hecho otra. El PP ganó un gobierno prometiendo una bajada de impuestos y la reducción de los gastos de estructura de la burocracia y acabó subiendo la recaudación en veinte mil millones. Pero en ese caso existía la circunstancia sobrevenida de la mayor crisis económica que había padecido el mundo en este siglo: para salvar España condenó a los ciudadanos españoles, incumpliendo sus promesas. En el caso del nuevo presidente ha hecho lo necesario para conservar el poder. No son trolas comparables.
Si la legislatura dura cuatro años no habrá daño irreparable. La gente tiene memoria de pez y en ese tiempo, todos calvos. Pero no va a ser así. La investidura es una crucifixión. Porque va a tener que lidiar con las guerras de odio entre Podemos y Sumar y con el choque de egos entre las derechas y las izquierdas independentistas en Cataluña y en el País Vasco. Cada una de ellas quiere aparecer ante su electorado como la fuerza que fue capaz de colgarse la cabellera de España del cinturón.
Muchos socialistas creen de verdad que con la concesión de la amnistía se pacificarán las aguas del soberanismo. No han entendido nada. Ni un paso atrás. Ni el referéndum de independencia ni la vía unilateral han desaparecido del relato. La amnistía no se ve por los independentistas como una medida de gracia, sino como un acto de justicia y una victoria arrancada con la fuerza de sus votos. Por eso se han permitido amenazar a Sánchez en el Congreso donde le van votado. Porque le conocen. Y cuando las promesas salten por los aires, porque lo no puede ser no puede ser y además es imposible, la legislatura será un infierno.
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