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Opinión | Gentes y asuntos

Vicente Capote

Cruz Roja atiende a un grupo de migrantes en el muelle de La Restinga (El Hierro).

Cruz Roja atiende a un grupo de migrantes en el muelle de La Restinga (El Hierro). / La Provincia

Como el chocolate que no queremos, dos tazas. Con el bochorno a destiempo, el drama de los migrantes africanos hecho pesadilla para los herreños, la invasión de Ucrania caída en el pozo de la costumbre y Gaza como campo de la venganza que siempre pagan los inocentes, me permití el lujo de la escapada; nada grande, de isla a isla, eso sí, común y distinta vez, con el denominador de la tristeza que unos llamamos morriña y otros saudade. A la vuelta, en Los Rodeos, un paisano hábil y oportuno en el conocimiento y difusión de las noticias sociales, me espeta de entrada la muerte de Vicente Capote Cabrera (1936-2023) un paisano de reconocidos valores y un buen amigo desde que tengo memoria.

Mi primera conversación con el paisano cordial ocurrió en 1966, cuando licenciado en la Universidad Central, abrió la tercera farmacia en el tramo norte de la Calle Real y se incorporó con su esposa y colega Marisa Alcocer, también buena amiga, a la apacible vida social de la capital palmera. Hablamos entonces del pasense Antonio González Suárez (1915-1975), acaso el mejor acuarelista contemporáneo, heredero de los recursos técnicos de Alfaro, Diego Crosa y González Méndez. Fue un auténtico enamorado de la pintura, un coleccionista con sólidos criterios y buen gusto, que no necesitaba mi opinión para apreciar la calidad de una obra.

Ocurrió en los lejanos tiempos del bachillerato y, más tarde, como veinteañero que metió el diente a todo, publiqué la primera monografía de El pintor de las aguas, bajo los auspicios del Cabildo y del Aula de La Palma y, más tarde, la dedicada al gran González Méndez, Entre La Palma y París. Desde entonces mantuvimos una relación estrecha y cordial y, durante su larga y eficaz dedicación a la Consejería Insular de Cultura, fui un asesor imparcial en algunos de sus proyectos y logros más notables. Visitamos juntos al sabio Pérez Vidal en su casa de Madrid para determinar las condiciones de su legado a la isla natal; escribí textos críticos para catálogos en la Casa de Salazar y San Francisco; y fue el enlace decisivo entre la desaparecida Caja de Ahorros de Canarias y la corporación palmera en la organización de la exposición Magna Palmensis, Retrato de una Ciudad, una muestra sin precedentes ni consecuentes en el marco de la Bajada de la Virgen de Las Nieves del año 2000.

La biografía de Vicente Capote, que sufrió un duro golpe con la temprana muerte de Ignacio, su único hijo, discurrió sin conflictos ni altisonancias. Fue un ciudadano ejemplar y un militante conservador fiel a su partido pero sin excesos ni estridencias; proclive al diálogo y al consenso, sostuvo sus ideas con dignidad y fue proverbial su respeto a las opiniones ajenas. En la gestión de los asuntos culturales mantuvo una exquisita relación con los creadores, una clase especial, mimosa, soberbia y/o ermitaña, tendente a la ciclotimia y a las sobreactuaciones. Fue, según mi leal saber, el político que mejor entendió a los escritores y artistas, a los que procuró ayudar, y ayudó, con su bonhomía, su sensibilidad acreditada y su exquisita educación, valor en crisis en estas horas que nos tocan. Me queda el recuerdo de su nobleza y la constancia de su lealtad y el vacío inevitable que dejan, por encima de todas las diferencias, los amigos imprescindibles.

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