Opinión | Retiro lo escrito
Deslegitimar las protestas
Hay que poner en su sitio a todos aquellos –empezando por la señora Díaz Ayuso– que hablan de bloquear procesos políticos e institucionales democráticos por métodos o presiones espúreas

Ayuso pide dar "la batalla" contra el "totalitarismo" y avisa devolverán "golpe por golpe"
Lo más asombroso sobre las manifestaciones de las derechas de ayer en España son las reacciones de las izquierdas. Sobre todo esa alucinante o alucinatorio argumento de que si tienes 176 diputados que apoyan a tu candidato para la investidura presidencial, lo que debe hacer la oposición es callarse la boca y (según los más generosos) probar suerte dentro de cuatro años. ¿De dónde salen usted y qué miserable concepto de democracia bastardea? ¿Debieron callarse los estadounidenses cuando Donald Trump ganó las elecciones y los republicanos controlaban el Senado? ¿No disponía José María Aznar de una amplia mayoría absoluta en ambas cámaras cuando muchos ciudadanos se manifestaban por su implicación en la guerra de Irak? Y mejor no olvidar tampoco esa actitud de escándalo melindroso por pedir elecciones anticipadas. Pedro Sánchez le pidió a Rajoy que convocase elecciones a los pocos meses de haber adelantado las elecciones en 2016. Quería ir a unos terceros comicios. Se insiste en que las manifas –como los pronunciamientos individuales, profesionales o corporativos– intentan malvadamente deslegitimar al Gobierno, pero se habla muy poco del ruin argumentario con el que se está intentado deslegitimar la protesta. ¿Y los que se escandalizan de que llamen mentiroso al presidente del Gobierno –sin duda el más mentiroso de todos los mentirosos que nos han gobernado– o que lo llamen asesino? Recuerdo en muchas manifestaciones a monigotes que representaban a Aznar colgados boca abajo y al propio presidente acusado en pancartas y artículos como criminal de guerra. Recuerdo los chillidos exigiendo que Felipe González entrara en la cárcel con Barrionuevo y Vera. Recuerdo a un sujeto que poco más tarde sería vicepresidente de un Gobierno socialista afirmar en el Congreso de los Diputados que González –presidente legal y legítimo durante catorce años y secretario general del PSOE durante veintitantos– tenía las manos manchadas de cal viva. Así que conviene tranquilizarse un poco y abandonar los tétricos encantos del guerracivilismo. Necedades, burradas, insultos y canalladas las vengo oyendo en las manifestaciones desde siempre y alguna vez –como todos– las he proferido incluso. Una manifestación no es un ejercicio militar, sino una protesta de ciudadanos que coinciden en una crítica, un rechazo o una demanda. Todos los presentes no lo comparten todo. Un gobierno legal y legítimo no es un gobierno irreprochable. Un gobierno legítimo y legal no es jamás una invitación al silencio, al asentimiento o al seguidismo acrítico.
Hay que poner en su sitio a todos aquellos –empezando por la señora Díaz Ayuso– que hablan de bloquear procesos políticos e institucionales democráticos por métodos o presiones espúreas. Porque su actitud es democrática y éticamente intolerable, pero también porque son utilizadas para deslegitimar las protestas. Y las protestas son plenamente legítimas. Tan legítimas como el Gobierno que ya se prepara y que tomará posesión antes de fin de mes. Los socialistas, en lugar de atacarlas y reducirlas al ulular irracional de fachas ajoarrieros, deberían escucharlas. Un servidor, por ejemplo, es de los que sostienen que los pactos de Pedro Sánchez, y muy especialmente el firmado con JxC es jurídicamente discutible, moralmente inaceptable y políticamente degradante. Son acuerdos que debilitan el sistema democrático en los que el partido que antaño articuló la convivencia democrática en este país asume relatos, lenguajes y objetivos divisivos y perniciosos para los intereses generales del país. Es mi opinión y modestamente la defiendo en este espacio de privilegio que me brinda este periódico y en mi vida personal. Por cierto: la legitimidad democrática no consiste en disponer de 176 diputados para una investidura. Esa es la legitimidad de origen. La legitimidad de ejercicio se basa en el respeto irrestricto a principios básicos: igualdad ante la ley, separación de poderes, control al Gobierno, respeto a la pluralidad, institucionalidad democrática. No creo que esos principios hayan sido quebrantados hasta ahora, pero están seriamente amenazados. Lo que debería preocuparnos a todos, de izquierdas y de derechas, es que ayer no se hubiera manifestado nadie. Pero felizmente no fue así.
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