Opinión | El revés y el derecho
La reina de mañana y el país del futuro

La princesa Leonor, a su salida del acto solemne de la jura de la Constitucion en las Cortes Generales, el pasado martes, 31 de octubre de 2023. / EP
Hace muchos años, cuando doña Sofía, su abuela, viajaba por los territorios de España, aún con Franco en el trono que ganó con una guerra, era raro que aquella señora que luego sería consorte del rey Juan Carlos dijera algo que no fuera dedicado a lo que entonces obligaba la Sección Femenina. El mundo ha cambiado y España ha cambiado muchísimo. Es más, España está cambiando muchísimo, y a ese cambio se suma en este instante, y se sumará de manera más significativa cuando tenga que ser reina efectiva, la princesa Leonor, que desde la mañana de este martes 31 de octubre es la heredera del trono del que ahora es titular su padre.
Su padre hizo su primer discurso cuando era un muchacho de la edad que ahora tiene la futura reina. Era después de un desastre monumental que España superó con tino, y con la intervención decisiva del padre del padre de don Felipe. En aquel acto, amparado por la impar inteligencia nacional que es la Fundación Principado de Asturias y sus premios anuales, don Felipe inauguraba su cercanía al trono escuchando las palabras de un gran poeta, José Hierro, que había pasado cárcel y persecución por parte de los vencedores de la guerra y, en democracia, se dirigía al Príncipe de Asturias. Lo hacía desde la experiencia dolida de haber vivido en un país roto cuyo porvenir pudo haber sido otro si aquel golpe militar («militar, por supuesto») hubiera vencido aquel 23 de febrero.
Da escalofrío aquel momento, rememorarlo, imaginarlo, porque aún hoy parece mentira que aquellos herederos del franquismo fueran capaces de decidir que a este país había que cambiarle la marcha para que no llegara a conocerlo «ni la madre que lo parió».
Aquellos fueron días de sudor, aunque no hubo lágrimas sino estupor. Aquel estupor, verificado en las calles vacías de la noche, en la excitación de la mañana, en las reuniones que luego tuvo el rey con los que habían sido amenazados por los que siguieron a Tejero, fue real, tangible. No fueron bravatas de periódicos o de escaños: España se pudo ir al garete. Y a partir de ahí hubo una España distinta, ajena a las escaramuzas que entonces la pusieron en peligro, y dispuesta a respetarse a sí misma haciendo que se respetaran todas las ideas políticas.
La extremísima derecha que quiso tomar el poder, la izquierda (que entonces era, sobre todo, la izquierda de Santiago Carrillo), tomaron nota del horrible espectáculo de aquellos diputados debajo de los escaños, o encerrados y vigilados por soldados recientes y por militares veteranos, y España volvió a la prospección de su futuro.
No nos ha ido mal. Algunas cosas, ay, van muy mal, y esa es la naturaleza de la vida: que las cosas empeoren o mejoren, y es cuestión humana y política hacer que cuando algo se tuerce se trate de arreglar sin que se rompa del todo el mecanismo. La futura reina, Doña Leonor, que tiene padres sensatos y cultos, educados en una democracia solvente, en un mundo más diverso, y más difícil, pero hechos los dos, Doña Leticia y Don Felipe, o Don Felipe y Doña Leticia, en un país distinto y en un mundo muy distinto, en el que hasta la inteligencia artificial da miedo.
Son amparados, ellos, nosotros, los ciudadanos, por una democracia que no está en peligro (no está en peligro) a pesar de que en las esquinas de las manifestaciones hay dicterios que anuncian su final. Ella, la futura reina, la que ayer se hizo cargo de su tremenda responsabilidad, que ha de asumir cuando la Constitución lo reclame, afronta un país cuyos coetáneos aspiran, como ella, a un sitio mejor en el universo al que acceden como adultos.
En fecha muy reciente, bajo las atentas miradas de su madre y de su hermana, ella se intercambió papeles con su padre. Dona Leonor asumió que ya es la que lleva la palabra en el más importante de los asuntos culturales que unen a su país con el mundo, los premios Princesa de Asturias, y su padre explicó el alcance internacional que esa iniciativa que ahora preside la heredera tiene para una España distinta, por ejemplo, a aquella de la que le hablaba, aún tiritando este país, Pepe Hierro. Aquel buen cántabro que escribió algunos versos que son inolvidables y que fueron, también, cantos de vida y esperanza en aquellos momentos en que, aún, lo que más quedaba en los tímpanos ateridos de los españoles era aquella orden: «¡Quieto todo el mundo!»
Ahora el futuro está escribiéndose al tiempo que lo escriben Europa y el mundo, y España, la España del futuro, se está poniendo al día en medio de nubarrones que no sólo son nuestros, sino que provienen del curso imparable de la vida, que no siempre (como nos ocurrió aquel 23F) depende de la sensatez con que el porvenir reclama su sitio en la historia.
La futura reina tiene el porvenir que le corresponde a su generación y a los que estamos por detrás en el tiempo. Tiene ejemplos muy serios que seguir. Stefan Zweig decía, sobre Brasil, que este era el país del futuro, «y siempre lo será». Ahora se ha escrito una línea decisiva del futuro español. La reina que lo asumirá ya está preparada, como adulta, para saber el hondo significado que tuvieron entonces, y tienen ahora, los versos de aquel poema de José Hierro. El futuro está andando, aunque griten contra él los que gritan, en realidad, contra sí mismos.
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