Opinión | La espiral de la libreta
Olga Merino
Las lindes bíblicas, entre el arado y el subfusil

Cae la "banda del subfusil" que atracó 30 negocios de Granada
En octubre de 1969, el entonces ministro sin cartera Menájem Beguín –llegaría a ser el sexto primer ministro de Israel– acudió a dar una charla en el kibutz de Ein HaHoresh, en el centro del país. Cuando uno de los asistentes le preguntó acerca del reconocimiento de la existencia del pueblo palestino, Beguín lo amonestó: «Tenga cuidado, amigo mío: si usted reconoce a Palestina, destruye su derecho a vivir en Eretz Israel».
Continuó su explicación estableciendo dos campos semánticos antitéticos: si te situabas como un «conquistador» o un «intruso», jamás podrías convertirte en un verdadero «constructor» del país. O sea que, al menos para el sionismo, la misma esencia del Estado israelí implica la negación del otro; o tú o yo. Bajo el polvo de las hemerotecas, duerme otra frase anterior del político Moshé Dayán, el del parche en el ojo: «Somos una generación de colonos que no puede plantar un árbol ni construir una casa sin casco y sin fusil». Seguimos en la misma casilla de salida. Frente a la misma y tozuda pendencia por las lindes bíblicas. El arado y la ametralladora, o el Uzi o el kaláshnikov.
En el momento de escribir estas líneas, el Ejército israelí efectúa una primera incursión tentativa con tanques en Gaza. Sería esta la segunda fase estratégica tras el espeluznante atentado de Hamás: la primera, de intensos bombardeos aéreos; la segunda, de invasión terrestre para aniquilar las posibles bolsas de resistencia restante; y una tercera, destinada a crear un colchón de seguridad. Con la hipotética derrota de Hamás, la Franja quedaría aislada de Israel y probablemente a merced de la comunidad internacional. O sea, aún menos tierra para los palestinos. Total, ¿a quién le importan? Son pobres y estorban. Solo resultan útiles a Hamás, cada vez más radicalizado y fanático.
Tregua humanitaria
Resulta paradójico que el Estado de Israel, que debe su creación a Naciones Unidas en 1948, en el territorio del antiguo mandato británico de Palestina, haya arremetido tan duramente contra la organización y su secretario general, António Guterres, por sus declaraciones. Dijo este que los ataques de Hamás no vienen de la nada, sino después de que los palestinos hayan estado «sometidos a 56 años de ocupación asfixiante», viendo cómo los asentamientos devoraban sus tierras de forma sistemática. ¿Blanqueo del terrorismo? A mi juicio, estas palabras solo destapan las vergüenzas que se venían escondiendo bajo la alfombra mientras silbábamos mirando hacia otro lado.
Con la ONU maniatada por el Consejo de Seguridad, con Europa perdida en el limbo, solo Estados Unidos podría imponer al menos un alto el fuego humanitario. A partir de ahí, ya no me atrevo a abrir la boca; la solución de los dos estados parece ya inviable. Llegamos tarde.
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