Opinión | Tal cual

España es un reino

El rey Felipe VI y la Princesa Leonor, el pasado día 20, en la entrega de los premios Princesa de Asturias, en Oviedo.

El rey Felipe VI y la Princesa Leonor, el pasado día 20, en la entrega de los premios Princesa de Asturias, en Oviedo. / EFE

A veces es menester hacer hincapié en lo obvio: por definición, se llama reino a un Estado cuya organización política es una monarquía. En España, por lo visto, no todo el mundo lo tiene claro. Y si lo tiene, lo intenta demostrar de la peor manera posible. Es evidente de que vivimos en una democracia, y que los ciudadanos pueden y deben sentir y explicitar su idea de lo que le gustaría que constituyera su país. No todo el mundo tiene por qué ser monárquico, por supuesto, pero sí que se debería respetar lo que, según la Constitución, establece como nuestra forma política: España es un reino.

Al frente de cualquier monarquía es evidente de que se halla, o bien un rey o, en su defecto, una reina. Que, además de ostentar dicho título y todos aquellos que estén vinculados a la corona, es el Jefe del Estado. Y cualquier afrenta que se le haga al rey, se le hace al pueblo español, al cual representa. Ese mismo pueblo donde reside, nada menos, que la soberanía nacional. Pero hay representantes políticos (los independentistas, sin ir más lejos) que cobran del erario público que, o no se enteran, o les da igual llevar a cabo un agravio descortés e insultante de manera permanente y persistente contra el rey.

Y lo hacen porque saben que les sale gratis, y entienden que sus menguados votos valen oro y que, desde el gobierno, nadie será capaz de afearles la conducta. El problema es que, tanto en el ámbito político como en el de los medios de comunicación, se ve como «normal» (?) un comportamiento –el del nacionalismo étnico, pero también el de la izquierda más radical del gobierno de coalición– en relación con la Corona, que no deja de ser, desde cualquier punto de vista, indecente e impresentable. De esta forma, los grupos independentistas, así como los presidentes de las comunidades autónomas que los amparan, no asisten a ningún acto institucional, como es el caso reciente de la jura de la Constitución por parte de la princesa de Asturias como futura reina, ya que, de asistir, transmitirían la idea de que, de alguna manera, forman parte del Reino de España.

Estamos en un momento político en que las palabras ya no significan lo que dice el diccionario, sino lo que el poder quiera que signifique. Es la perversión del lenguaje. El pensamiento mágico de una izquierda que nos quiere imponer su propia realidad política y social como la única viable y permitida. Tanto es así, que han bautizado su propia cruzada como «mayoría social de progreso». Ellos, cuya coalición de intereses la conforman: socialistas, comunistas, golpistas, prófugos de la justicia, filoetarras, y nacionalistas de la peor calaña como racistas declarados que son. Y a eso lo llaman progreso.

Lo que no dicen –y esto constituye una anomalía democrática– es que lo que en realidad pretenden es demoler el entramado constitucional, incluida la monarquía; porque les da urticaria cualquier cosa que les suene a unidad, libertad, igualdad, justicia y democracia. De ahí el acoso político y mediático que está llevando la izquierda contra la corona. De hecho, manifiestan de forma continua su voluntad política de referirse al rey solo como Jefe de Estado, como si esto fuera una república. Que es lo que en realidad ansían. No le perdonan su discurso del 3 de octubre de 2017, como no toleran que en sus alocuciones insista en la defensa y en la unidad de España.

Es evidente de que el rey reina, que no gobierna. Pero la forma que este gobierno tiene de interferir de manera arbitraria en la actuación de la Corona, es cada día más evidente y alarmante. Acuérdense de cuando el ministro de asuntos exteriores Napoleonchu discutía públicamente de si era conveniente o no de que el rey fuera al funeral de Isabel II, por el mero hecho de que su padre, Juan Carlos I, estaba invitado. Y, o mucho me temo, o este gobierno es capaz de dejar morir al padre del rey en el exilio; poniendo en evidencia de que, el reino de España, por desgracia, sigue acomplejado y reniega de su pasado, de sus símbolos y hasta de su historia.

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