Opinión

No solo Hamás e Israel, casi todos somos culpables

ISRAEL HAMAS

ISRAEL HAMAS

El conflicto israelí palestino o palestino-árabe-israelí-norteamericano, al que podemos añadir más países de la zona y de fuera de ella, además de los poderosos intereses de la industria bélica, encantada, cada vez más, con guerras y más guerras, es una de tantas asignaturas pendientes de la sufrida humanidad, que asiste atónita a un espectáculo que por momentos no supimos bien si era ficción o realidad.

Una cuestión que de siempre me ha llamado tanto la atención, que, teniendo amigos palestinos e israelitas, y después de escuchar sus razones durante años, sobre ella me siento escéptico. Con palestinos he convivido tanto en el plano personal como profesional, y algunos han sido mis pacientes. De la historia de los judíos, el genocidio nazi me impactó tanto que hasta que no entré físicamente en las cámaras de gas del campo de exterminio de Auschwitz, dudé que hubieran existido. Y una visita al Museo del Holocausto en Berlín me tuvo varios días con pesadillas.

El 27 de enero de 2015 asistí en el Senado a un acto presidido por el Rey Felipe VI de solidaridad con los judíos supervivientes de Auschwitz, participando una mujer que había llegado con diez años a la prisión procedente del gueto de Varsovia, impactando a los presentes con su relato sobre lo que vivió.

Como ponente de la Ley que en 2015 concedió la nacionalidad española a los sefardíes descendientes de los judíos expulsados de Sefarad (España en hebreo) y la península ibérica en 1492, participé en algún acto y reunión con ellos, residiendo actualmente en España más de 100.000 judíos, de los que el 80% tienen ADN sefardí, y en Canarias tenemos algunos de sus apellidos, como Pereira, Duarte, Pinto y Guterres, como herencia del paso de los judíos por las islas. Curiosamente, de los que aquí llegaron tras la citada expulsión, los que no se unieron voluntariamente al catolicismo tuvieron que irse perseguidos por la Santa Inquisición.

Situados en la realidad presente, tras cientos de años de cuantiosas y fracasadas negociaciones internacionales y guerras para que tanto Palestina como Israel dispongan de su propio territorio, lo cierto es que después de la Segunda Guerra Mundial, la ONU diseña y aprueba un Plan de creación de dos estados, uno judío sobre el 55% del territorio, y otro palestino sobre el 45% restante. Pero luego Israel ignora ese acuerdo y pasa a controlar el 78% del territorio israelí-palestino, con lo que Hamás promete el «exterminio» de Israel y éste el de Palestina. Hubo una esperanza de que la paz era posible cuando Yasser Arafat, presidente de la autoridad nacional palestina, e Isaac Rabin, primer ministro israelí, firmaron un pacto histórico con Bill Clinton como testigo. Curiosamente, luego los dos fueron «fallecidos».

Y el 7 de octubre nos sorprende con imágenes del inesperado ataque de Hamás (grupo integrista palestino paradójicamente apoyado inicialmente por Israel para actuar contra la Organización para la Liberación de Palestina), el peor que haya sufrido Israel desde que fue fundado como estado en 1948. Sorpresivamente penetran desde la franja de Gaza las milicias de Hamás en territorio israelí y cometen una barbarie sin precedente.

Como respuesta, Israel, que poco a poco había ido hurtando terreno a Palestina, declara la guerra a Hamás, y a estas alturas ya ha acabado en Gaza con la vida de más de 7.000 palestinos, civiles inocentes en su mayoría, incluidos 2.300 niños, dejando más de 14.000 heridos. En Israel, las víctimas mortales son menos, 1.500, de ellas más de 1.000 civiles, y los heridos unos 5.000, aproximadamente. Según Unicef, más de 400 menores mueren o resultan heridos cada día por los bombardeos de Israel contra Gaza, todo un crimen contra la infancia.

A los palestinos que malviven en Gaza oyendo el zumbido de las bombas, donde gobierna Hamás sin el permiso de las urnas, se les corta el agua, la luz y los alimentos, y un hospital resulta destruido no se sabe bien por quién, mientras en Israel los familiares de los rehenes judíos ven en peligro su liberación y piden un alto el fuego, recibiendo como respuesta el rechazo de parte de sus propios conciudadanos.

Ingenuamente, la solución al conflicto pasaría por volver al 50% del territorio para palestinos e israelitas y dejarlos vivir en paz y democracia. Pero no parece posible mientras personajes como Netanyahu sigan siendo gran parte del problema y no de la solución.

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