Opinión

Nayra Bajo de Vera

El sufrimiento palestino está normalizado

Manifestación en Santa Cruz de Tenerife en favor de Palestina

Manifestación en Santa Cruz de Tenerife en favor de Palestina / Andrés Gutiérrez

Cada vez que una masacre llega al escrutinio público, surge la «necesidad» de opinar. Como una avalancha, la sociedad se llena de nuevos «expertos» que piensan que su relato, desde el desconocimiento, aporta algo de luz. De cien años de historia, solo se fijan en los últimos cinco minutos. A kilómetros de distancia, desde la seguridad de sus casas, escriben sus primeros pensamientos en el bloc de notas del móvil. Sacan una captura de pantalla y le dan a publicar. Hay quienes prefieren plantarse frente a la cámara y grabar un vídeo en caliente, sembrando odio. Cumplido el «servicio público», el virus de la desinformación empieza a circular.

Quienes tampoco sabían sobre el tema, pero no se atrevieron a publicar nada, tienen ahora su «fuente fiable». Luego otra, y otra, y otra. Sus famosos favoritos, amistades y gente de su entorno se posicionan. Algunos evitan el tema por miedo a perder seguidores, porque no quieren informarse para evitar el dolor, o porque se mantienen neutrales, asegurando que toda violencia debe ser igualmente condenada. Detrás del telón, allá donde no se ven (y se esconden deliberadamente), los fogones que hierven el agua llevan años, décadas y hasta siglos encendidos. Pero lo que llama la atención es el humo. Lo que se señala es el humo. Lo que molesta es el humo.

El desplazamiento forzoso, la represión y el genocidio por parte del gobierno de Israel a la población palestina es una realidad, no una opinión. Que todavía existe antisemitismo en ciertos sectores, también. Pero decir que las personas que se posicionan en favor de Palestina son antisemitas es, sencillamente, absurdo. Por recordar lo evidente, hay muchas personas judías e israelís que están en contra de las decisiones del primer ministro Netanyahu.

No me detendré a explicar las necro y biopolíticas israelíes para con el pueblo palestino y cómo sus violaciones de los derechos humanos quedan impunes en la comunidad internacional. No me corresponde a mí narrar unos eventos que ya han contado más y mejor periodistas especializadas en ello, como Olga Rodríguez Francisco, a la que recomiendo que lean. Pero sí quiero reflexionar sobre cómo la desinformación afecta a la percepción de esta masacre y cómo, al mismo tiempo, algunas personas que creen tener la voz de la razón están profundamente sumidas en el error.

En este potaje hay muchos factores. Islamofobia, racismo y deshumanización de la población palestina hacen que la violencia y el colonialismo que han sufrido durante tanto tiempo se normalice o, incluso, se pretenda que no existe. Otro ingrediente importante es la posición político-económica de Israel (también nuclear) y los lobbies que se apoyan en ello. Juntos, alimentan la acción política y la información sesgada que les conviene. Además, la estrategia de pinkwashing funciona estupendamente en el estado judío, una forma de lavarse la cara y presentarse al mundo como aliado y destino vacacional de la comunidad LGBTIQ+ mientras se resalta la homofobia de los países del entorno. Un argumento que se ha usado mucho últimamente es que es imposible ponerse del lado de Palestina por sus políticas homófobas (como si no existiera homofobia en Israel y en cualquier otro país). Vamos, que como no son aliados, no importa que se mate a la gente.

En suma, esto hace que el sufrimiento palestino no sea una prioridad mediática. Tampoco en la acción y el discurso político. El foco de las cámaras no insiste en lo que ocurre entre Israel y Palestina, salvo episodios concretos como los de ahora, porque es normal al ojo público que determinados cuerpos de determinadas regiones sufran constante violencia. Que eso se vuelva costumbre es muy conveniente para la política. Agiliza mucho la limpieza étnica.

En las últimas semanas, se han visto manifestaciones multitudinarias alrededor del mundo en apoyo a Palestina. Aplaudo por ello, porque eso significa que existe conciencia sobre lo que está ocurriendo gracias a que hay periodistas que lo cuentan y población que decide informarse. Sin embargo, me pregunto seriamente sobre su efectividad. Por mucho que se haga ruido en cientos de ciudades y capitales, ¿podrá eso convencer al gobierno de Israel de que detenga el genocidio? ¿Impondrán sanciones los gobiernos de otros países? Viendo los discursos edulcorados que se han emitido desde el sector político, y que Israel incumple acuerdos sistemáticamente, lo dudo muchísimo.

El problema no radica solo en los gobiernos, ni mucho menos. Tampoco espero que instituciones como la ONU pongan solución a las políticas coloniales del presente, porque para ello habría que demoler los conceptos de fronteras y otredad sobre los que se sustentan estas organizaciones. Esos inventos, basados en la pureza identitaria y la exclusión, llevan siglos expandiéndose. Están ahora tan aferrados al sistema que ningún cambio llegará a tiempo para salvar miles de vidas.

No creo tener las claves del cambio en mi mano, ni creo que nadie las tenga. Pero, al menos, podemos trabajar cada día por informarnos y descolonizar la mente. La desinformación y manipulación no dañan como las bombas, pero siembran el campo para que puedan lanzarse y quedar impunes.

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