Opinión | Arenas movedizas
Jorge Fauró
¿Con quién vamos en esta guerra?

Archivo - El portavoz de Hamás, Abú Obeida / Europa Press/Contacto/Ahmad Hasaballah - Archivo
La guerra entre el Estado de Israel y Hamás, la organización paramilitar, yihadista e islamista que gobierna en Gaza, ha vuelto a desatar nuevos motivos para la polarización de la sociedad internacional entre partidarios de unos y otros. El debate ha traspasado los límites de los foros de discusión donde se analiza la geopolítica con más apasionamiento que argumentario para asentarse en la cúpula de las instituciones, en las que la ofensiva brutal de Hamás y la respuesta no menos despiadada de Israel han acabado por establecer un clima de división propiciado por lo inesperado de los ataques del 7 de octubre.
La mañana de ese sábado, grupos armados palestinos de la Franja de Gaza penetraron por sorpresa en territorio israelí, mientras miles de cohetes caían sobre suelo hebreo y se procedía al secuestro de dos centenares de civiles. Israel asegura que 1.200 personas perecieron en ese primer ataque. Dos semanas después del inicio del conflicto, se ha hecho bueno el dicho de que un muerto es un drama y más de mil, una estadística.
Habituados al último año y medio desde que Rusia decidió meter sus tropas en Ucrania causando miles de víctimas inocentes, la guerra en Oriente Próximo ha suscitado toda clase de discusiones en detrimento de la aparente unanimidad suscitada a favor del país de Zelenski. En el caso de la invasión ordenada por Putin, todo el mundo occidental, gobiernos, instituciones y ciudadanía incluidos, coincidió de forma generalizada en condenar a Rusia y alinearse de forma indiscutible con el pueblo y el Estado ucranianos. Y no solo porque desde el Kremlin se decidió tomar por las armas una nación soberana, sino por la existencia de un clima histórico de recelo hacia Rusia nacido en tiempos de la antigua Unión Soviética, que se recondujo en los inicios de la presidencia de Gorbachov, volvió a decaer con Yeltsin y regresó a la casilla de salida cuando Vladimir Putin reformó las leyes para perpetuarse en el poder. En suma, para prolongar su dominio sobre Rusia y sobre la geopolítica más afín, como habían hecho los zares y luego el comunismo derivado de la Revolución de 1917. Pocas veces en el último siglo de historia, Rusia ha sido un país ‘simpático’ a ojos de Occidente, por lo que desde que el primer blindado atravesó la frontera ucraniana tuvimos claro de qué lado estaba una abrumadora mayoría occidental.
¿Con qué bando vamos en la guerra entre Israel y Hamás? Nada es igual en esta otra contienda. Israel y Palestina, que no el pueblo judío ni el palestino, nos tienen en un vaivén de estados emocionales divergentes, acaso porque no han sido capaces de solucionar sus conflictos desde hace casi un siglo, y tan pronto nos solidarizamos con el sufrimiento de uno como condenamos las acciones del otro, da igual quién sea uno y quién el otro. A lo largo de los años, se han cometido tantas atrocidades por parte de ambos que resulta arriesgado abrazar la causa de uno de los dos sin antes hacer una reflexión. Por esa razón, no parece aceptable que desde las instituciones, incluso desde una misma institución, como son los casos de la Unión Europea o el Gobierno de España, se lancen aseveraciones categóricas en favor de uno de los dos contendientes, posiciones que no parecen haber sido sometidas a una reflexión sosegada, de modo que lejos de fijar un posicionamiento sereno contribuyen a crispar las relaciones internacionales y a desatar una polarización innecesaria en la sociedad en función de la mayor o menor simpatía que profesemos al partido que las defiende.
De cara a quienes están sufriendo la guerra en sus carnes, de nada sirve la deriva hacia enfrentamientos partidistas de carácter doméstico. Hay guerras en las que es complicado elegir un bando. No debería suscitar ninguna clase de dudas la condena unánime a la acción terrorista de Hamás cometida el 7 de octubre, pero está fuera de lugar el cierre incondicional de filas con Tel Aviv de la presidenta de la Comisión Europea, Ursula von der Leyen, o la petición de sanciones económicas y la suspensión de relaciones con Israel solicitada por la ministra Ione Belarra. Ambas posturas, tan distantes, han obligado a la UE a reconducir el debate sobre la guerra y al titular español de Exteriores a desautorizar a su ministra. La resolución de este conflicto solo pasa por que Hamás devuelva con vida a los rehenes, Israel ceje en sus ataques a la población civil y ambas partes se sienten a dialogar. Y cuando no haya nada más que dialogar, seguir dialogando.
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