Opinión | El recorte

La ciudad sin gaviotas

Las gaviotas nos observan mucho más de lo que pensamos.

Las gaviotas nos observan mucho más de lo que pensamos. / KOSTYÁL Zsigmond "HoremWeb"

Érase una vez una capital única en el mundo porque decidió que a pesar de vivir junto al mar debía separarse de él construyendo una extensa muralla de hormigón, contenedores y grúas. Poco a poco, los rincones en los que las olas lamían los pies de los ciudadanos fueron desapareciendo, enterrados por tinglados, naves, raíles y vías portuarias. «El puerto es lo primero», decían los prebostes de aquel entonces, para seguir erigiendo la frontera. El puerto era lo primero y la ciudad venía después. Pero al final los dos fueron de los últimos.

Santa Cruz ha marchado a contrapelo de la historia. Mientras el resto de las islas descubrían y explotaban la actividad turística, la capital siguió la cultura del cambullón. Se le negó el pan y la sal a los hoteles, al ocio y a la invasión de los turistas con la misma resistencia con la que se rechazó a los piratas. La ciudad se conformó con vivir de sus industrias, del comercio y de los funcionarios públicos. Pero las industrias se fueron y el comercio se amplió hacia donde estaba el dinero, en el Sur. La capital quedó entonces como una tranquila y obsoleta ciudad-dormitorio y de oficinas. La paz de los cementerios.

Hace muchos años se presentaron grandes proyectos de cambios portuarios. El rescate del mar. Un espléndido edificio que se levantaría sobre el muelle de enlace y por cuyo techo se podría caminar hasta llegar al borde de las olas. Se dijo que el puerto industrial de la isla se iría a Granadilla y que el de la capital, embellecido y reformado, se dedicaría al tráfico de cruceros, para incorporase al gran negocio turístico. Por ese nuevo puerto solo han caminado los pequeños muñequitos de plástico de una maqueta. Nunca se hizo. El paisaje de la fachada portuaria de la capital sigue pareciendo el resultado de un bombardeo.

A Santa Cruz le robaron el mar con su permiso. Tal vez fue el trauma causado por el intento de invasión de Nelson lo que llevó a levantar esa frontera protectora. Se perdió la gran oportunidad de tener una gran playa realmente urbana cuando se construyó la Dársena Sur, que es una de las infraestructuras portuarias más inútiles jamás creada en la historia de este país. Y se destrozó la playa de La Hondura construyendo el puerto industrial y gran un acceso viario a la capital. La gran refinería ha muerto, pero deja su legado: otra barrera de hormigón, piche y herrumbe frente al mar. Encerrada dentro de sí mismo Santa Cruz es la prisionera de una costa salpicada de desastres, descuidada y rota.

No es lo que suele pasar con las capitales costeras, desde Vigo hasta Málaga. Las Palmas tiene uno de los mayores puertos de España, pero cuenta con espléndidas playas urbanas y una intensa relación con el océano que la baña. Es, con todo éxito, una ciudad turística y portuaria. Santa Cruz es una gran anomalía. No hay en España una capital que esté tan cerca y tan lejos del mar. Y es que por no tener no tiene ni gaviotas.

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