Opinión | La espiral de la libreta
Olga Merino
¿Qué habría dicho Vázquez Montalbán de todo esto?

Manuel Vázquez Montalbán, con sus perros, en 1996.
En el AVE rumbo a Madrid, distrito federal, como dice con mucho tino Enric Juliana. Un tren mañanero atestado de gentes que se dirigen a la capital, la gran marmita del carajal español, pasajeros que conversan sobre negocios, gestiones, ministerios, comidas pendientes, inventarios, amores e hijos en custodia compartida. Me toca el asiento al lado de un caballero de edad, alto, con un paraguas muy negro y muy grande, que lee reconcentrado. Curioseo de reojo en su lectura, y en la página emerge una ecuación donde la equis es la «esencia de Dios». Vaya. Eso mismo me pregunto yo: dónde se encuentra Dios ahora mismo, mientras, detrás de los cristales, cae una lluvia mansa sobre los campos y los molinos eólicos que atraviesan el desconcierto de Celtiberia. Y el del mundo.
A falta de dioses a mano en el oráculo, rebusco entre los nombres del santoral laico y me pregunto qué puñetas habría dicho Manuel Vázquez Montalbán (MVM) de todo esto; para empezar, de la investidura y las incógnitas de la ecuación que nos ocupa. Porque resulta paradójico que Puigdemont y el independentismo revenant sostengan la llave de la gobernabilidad cuando en las elecciones del 23J la mayoría de los catalanes se decantó por el PSC, Sumar y los Comuns. Y luego, el mantra de que la supuesta amnistía vaya a ser la panacea, el bálsamo de Fierabrás que solvente el «problema catalán». Ojalá. ¿O la apretura de tuercas abocará a nuevas elecciones?
El colmillo mordaz
Sería estupendo saber también qué habría rezongado Carvalho sobre su vieja Barcelona, donde es muy probable que le hubiesen colado un piso turístico en el mismo rellano de su despacho, al final de la Rambla. Y Manolo, ¿qué habría dicho de esta sanfaina? En realidad, llevo dos décadas formulándome la misma pregunta todas las semanas. De todos los manolos posibles, el impepinable, a mi juicio, era el analista político, el brillante columnista que le hincaba el colmillo (nunca sectario) a la actualidad política. Pero, así, como quien no quiere la cosa, hoy se cumplen 20 años de su muerte en el aeropuerto internacional de Bangkok, el lugar más inhóspito de la tierra para despedirse. En la tarde del martes, por cierto, le rindieron un homenaje en el jardín de la librería La Central del Raval, con ocasión de la publicación de una novela inédita, Los papeles de Admunsen.
Aunque mantengo muy buenas relaciones con el más allá, la güija no me trae a MVM. Quizá habría aprovechado la sanfaina para guisarse un bacalao mordaz y descreído, pero a buen seguro que habría repetido «estamos rodeados». Vete a saber. Mientras, el filósofo del paraguas, en un receso de la lectura, juega por internet una partida de ajedrez con movimientos muy cortos, prudentes, de peón y alfil cauto, como corresponde a los tiempos.
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