Opinión
Antonio Papell
La deriva de Israel

Los residentes huyen de la ciudad de Gaza antes la previsible invasión terrestre israelí. / EFE
Las Naciones Unidas crearon el Estado de Israel en 1947 a instancias de Gran Bretaña porque los británicos, a la salida de la Segunda Guerra Mundial, ya no deseaban seguir asumiendo las responsabilidades como potencia administradora del territorio que contrajeron después de la Primera Guerra Mundial. Con anterioridad, el Reino Unido se había comprometido en 1917 a crear un «hogar nacional judío» en Palestina mediante la llamada Declaración de Balfour. Pero Londres se vio pronto atrapado en la pinza formada por los nacionalismos judío y árabe, que ya pelearon en frecuentes escaramuzas durante los años treinta.
En 1947, la ONU propuso por primera vez una solución basada en la coexistencia de dos Estados que repartiera la tierra entre judíos y árabes. La fórmula no satisfacía completamente a ninguna de las dos partes, pero sí resolvía el conflicto y satisfacía las ambiciones básicas de ambas. A pesar de que la resolución establecía la internacionalización de Jerusalén, la corriente principal de los sionistas, que era moderada y estaba liderada por David Ben-Gurion y Jaim Weizmann, aceptó el llamado Plan de Partición. Aunque los críticos atacaron con saña a los moderados, estos supieron mantener el tipo y el proyecto salió a delante. Los árabes, por su parte, se negaron en banda a compartir el territorio con los sionistas. Fue una posición absurda porque aquel desplante en la hora fundacional tuvo consecuencias fue muy adversa para la causa árabe: Palestina nunca llegó a nacer como estado.
El resto de la historia es muy conocida: poco después de la formación del estado judío, en 1948, las fuerzas de Egipto, Siria, Jordania, Iraq y Líbano declararon la primera guerra contra Israel, y la perdieron estrepitosamente. Hubo después constantes escaramuzas y, en junio de 1967, tuvo lugar la Guerra de los Seis Días entre Israel, de un lado, y Egipto, Jordania y Siria, de otro. A su término, Israel había duplicado sus territorios al incluirse en ellos la península del Sinaí, los Altos del Golán, Gaza y la Ribera Occidental. Israel se retiró de Gaza en 2005, y el territorio cayó bajo el control de Hamás en 2007 después de una breve guerra civil con Fatah, una facción palestina rival que es el grupo principal que actualmente sostiene a la Autoridad Palestina en Cisjordania. Después de que Hamas tomara el control de Gaza, Israel y Egipto impusieron un estricto asedio terrestre, aéreo y naval al territorio, que todavía continúa.
En 2003, el presidente de Estados Unidos, George W. Bush, presentó Oriente Medio: la hoja de ruta hacia la paz. Los líderes israelíes y palestinos estuvieron de acuerdo con las líneas generales del plan, pero los países no culminaron aquella nueva solución de dos estados. La figura de Netanyahu ha sido decisiva en el desarrollo de Israel en el último cuarto de siglo. En 1996, sucedió al laborista Simon Peres en la jefatura del Gobierno, que desempeñó en dos periodos: hasta 1999, cuando fue sucedido por Ehud Barak, y entre 2009 y la actualidad, con algunas breves estancias en la oposición. Netanyahu, miembro del conservador Likud, ha ido derechizando la vida pública israelí ante un inexplicable retroceso de la izquierda, que está prácticamente desaparecida. Pese a la indudable autoridad moral de personas progresistas de gran talla como Simon Peres o Shlomo Ben Ami, la gran amenaza palestina con que han de convivir los israelíes solo encuentra la respuesta de la mano dura. Y en la práctica, los sucesivos gobiernos de Netanyahu han representado una incesante deriva hacia el nacionalismo ultraconservador y el sionismo religioso y militante. Además, la superioridad militar de Israel le ha permitido arañar sucesivos retazos de tierra palestina, colonizados ilegalmente, de forma que hoy sería imposible un desglose racional de dos estados aceptable por todos.
Sin duda, la democracia israelí, muy deteriorada por Netayahu, que ha sometido al poder judicial a su brazo ejecutivo, tiene derecho a defenderse. Pero aunque ganará esta guerra, como todas las anteriores, el problema subsistirá. Europa y USA, amigos históricos de Israel, ya han desistido de mediar ante el encastillamiento sionista. Y será imposible que el pueblo judío viva en paz si antes no resuelve el difícil ejercicio de convivir con quienes tienen su mismo derecho histórico a estar donde están.
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