Opinión | Risas y fiestas
Aida González Rossi
Mírame

Mírame
A veces es horrible hacer cosas sin que nadie te vea. La típica proeza con la bici que te hace gritar mami, mírame, mami, mírame y no vuelve a salir cuando tu madre ya te mira y te presta ese rayo que nos hace brillar con más fuerza que cincuenta bombillas: la atención.
¿Existió ese giro entonces? ¿El ruido de la rueda contra el piche que te dio tanta satisfacción fue solo un sueño: algo por y para ti cabeza que acaba diluyéndose y quedándose en un espacio desconocido al que nadie volverá a acceder jamás?
No lo sé. Siempre me he preguntado si esos sucesos que te suceden a solas son menos importantes que los que te suceden en compañía, o si los eventos, al ser narrados (al ser abiertos para que otra persona entre como Pedro por su casa y los recorra con sus ojos salvadores, constructores), adquieren otra consistencia. Como si tuviéramos cinco sentidos, sí, así normal pero uno extra que nos viene dado por la apreciación de los otros y nos hace notar más relieves en una pared que puede revestirse de lenguaje: oye, tía, ¿no te parece que aquí el gotelé hace una forma como de culo abierto? Las risas posibilitan una se atreva a saberse graciosa.
Las perdemos y qué nos pasa.
A veces me aguanto un chiste y me duele la garganta, es como si me fueran a salir placas y estuviera en ese momento en el que te empiezas a plantear ir al médico… pero te da vergüenza tener que ir a Urgencias, porque para tanto no será, porque qué bobería, porque vivir sin la atención ajena no debería suponer un inconveniente para nadie. Mucho menos un ardor.
Subir una foto a Instagram y que no sea bien recibida.
Mandar un mensaje y no tener respuesta.
Ponerte guapísima, expresarte con una ropa que te hace sentir tú de verdad, y que el gesto no sea apreciado y que no haya quien se moleste en indagar en por qué tú eres esos colores que llevas en la camisa.
Escribir un texto y que a nadie se le revuelvan las tripas/se le agüen los ojos/se le escape un fisco de saliva al leerlo.
¿Existió tu entusiasmo si no lo recibes de vuelta? ¿Valió la pena el tiempo invertido o podrías haberte quedado en tu cuarto mirando el techo en silencio, tuya solo y sola?
¿Sabe igual de bien botarse a mirar el techo del cuarto si luego no vas a poder hablar de ello? Quiero decir, está guapísimo no hacer nada y darle al cuerpo ese descanso que parece casi infinito (porque es tan de jugar a que no existe). Pero más guapo está hacerlo sabiendo que hay otros cuerpos que te esperan y quieren abrir una grieta en el tiempo para acompañarte.
Supongo que ahí está la cosa: nos pasamos la vida pensando en lo muchísimo que odiamos necesitar que los demás nos miren. En la rabia que nos da necesitar recibir ese mensaje que corresponde al nuestro en emoción e implicación. En lo vulnerables que somos por llorar cuando le enviamos nuestro poema a una amiga y no nos dice nada o lo leemos en público y nos golpea la indiferencia ajena en toda la cara. Nos pasamos la vida detestando lo bien que nos hace sentir que se alegren de nuestra felicidad cuando nos mostramos felices en redes, criticando ese impulso tan humano de dejarnos ver, de construir una galería con los memes que más nos hacen gracia y sentirla como un yo al que ponemos a viajar por todas las pantallas que quieran (ojalá muchas) recibirlo.
Nos pegamos así ratos y ratos, y en realidad es mucho más útil y realista pararnos a apreciar lo bello de ser percibidas. Si nos perdonáramos por ser gente un poco needy, ¿con qué nos encontraríamos? Con un paisaje hermoso de personas que se comparten y buscan instintivamente formar parte de un mundo en el que ningún susurro se pase por alto. Nos entenderíamos en un espacio de ojos conectados unos con otros a través de unos hilos finitos pero ineludibles (de ahí el dolor al intentar romperlos) que se permiten vivir las cosas con mayor plenitud. Porque sí, por supuesto, todo es mejor si nos esperan después. Y todo es mejor si nos escuchan contarlo. Somos dependientes porque es demasiado mejor no estar solos. Porque los otros nos ayudan a distinguir qué es nuestro de verdad y qué no, qué es palpable y qué es solo un eco por dentro. Porque las acrobacias con la bicicleta se sienten de una manera y se ven de otra. Y combinar los dos sentimientos, dejarse atravesar por la importancia de su combinación: existir es demasiado complejo como para que nos culpemos por querer hacerlo en compañía.
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