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Opinión | Tal cual

Pablo Paz

Un ‘Pearl Harbor’ en el desierto

El USS Arizona, bombardeado el 7 de abril de 1941 en Pearl Harbor.

El USS Arizona, bombardeado el 7 de abril de 1941 en Pearl Harbor. / Reuters

Permítanme comenzar este artículo citando a Golda Mair: «Cuando llegue la paz, tal vez con el tiempo podamos perdonar a los árabes por matar a nuestros hijos, pero nos resultará más difícil perdonarlos por habernos obligado a matar a sus hijos. La paz llegará cuando los árabes amen a sus hijos más de lo que nos odien a nosotros». Y en eso estamos. O, mejor dicho, están.

Unos, los palestinos, sobre todo los que habitan en la Franja de Gaza, por estar subyugados y oprimidos por sus «libertadores» de Hamás, el Movimiento de Resistencia Islámica, considerados internacionalmente como una organización terrorista, menos por la izquierda española, que siguen enredados y perdidos en su indefinición permanente de lo que es y representa la democracia y la libertad. Y, otros, los israelitas, porque desde que nacieron como Estado, en 1948, no han dejado de ser perseguidos, odiados, atacados y asesinados por parte de un mundo árabe que se niega a reconocerlos como tal.

Lo sucedido hará unos días, cuando Hamás atacó por sorpresa (?) a Israel –por cierto, ¿dónde estaba el Shabak?–, puede ser considerado como una declaración de guerra en toda regla. Y así lo ha entendido Israel. Algunos analistas lo han comparado con la invasión de Rusia a Ucrania, el 11S en Nueva York o el 11M en Madrid.; incluso han llegado a decir que podría considerarse un acto tan vil y cobarde como el llevado a cabo por los japoneses sobre Pearl Harbor. Solo que esta vez ha sido en el desierto.

Las reacciones no se han hecho esperar. Y cada cual se ha retratado a su manera. La Unión Europea, como siempre, no sabe/no contesta. Y menos ahora que la preside España, donde dentro de su gobierno anida el comunismo y la izquierda más soez y populista. De hecho, Estados Unidos, Francia, Alemania, Italia y Reino Unido han tenido que dar el primer paso, publicando un comunicado conjunto en el que han expresado su «firme y unánime apoyo» a Israel y su rotunda condena al Movimiento de Resistencia Islámica, Hamás, y a sus actos de terrorismo.

A la izquierda española le ha faltado tiempo para «mostrar» su solidaridad con los acontecimientos ocurridos, y se han lanzado a la calle, entusiasmados y resolutivos, con pancartas incluidas en apoyo … ¿a las víctimas?; pues no, a los atacantes. ¡No puede ser! Pues sí. Por lo visto, andan entusiasmados con el hecho de que Hamás establezca un Estado chiíta-islámico en Palestina; con capital, cómo no, en Jerusalén. Al estilo iraní, cuyos ayatolás son los que sufragan, adoctrinan y malmeten para enturbiar y seguir con la inestabilidad geopolítica de la zona. Esos mismos que son partidarios de meter en la cárcel a cualquiera que disienta de sus enseñanzas u opiniones, que cuelgan de las grúas a los homosexuales, y a las mujeres –no digamos ya a las lesbianas– las tienen confinadas en el más profundo de los olvidos.

Pero nuestra izquierda, con el gobierno socialista a la cabeza, anda en la cuerda floja intentando mantener un equilibrio rastrero y nauseabundo, cuando no de comprensión, con unos actos de muerte y desolación cuyas imágenes podemos ver, horrorizados y en directo, en las redes sociales. Este papelón a que juega la izquierda española es ante todo miserable; porque sigue anteponiendo sus prejuicios ideológicos y antisemitas a la razón y al sentido común.

Aún es pronto para calibrar las consecuencias políticas y económicas que este ataque de Hamás sobre parte del territorio israelí (con miles de cohetes y centeneres de muertos, heridos y personas secuestradas) pueda acarrear al resto del mundo, y muy especialmente a Europa. Los mercados se han puesto nerviosos. Ya se habla de las repercusiones que pueda tener sobre el precio del petróleo (por ahora ha subido un 3 %), o sobre la inflación. Y no hay que olvidar que, tras Israel, venimos los demás. Es todo cuestión de tiempo y oportunidad que perseveremos en la defensa de la civilización judeocristiana, con la que quieren acabar, para imponernos su tiránico y opresor Estado islámico universal.

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