Opinión | Retiro lo escrito
Afrontar la ebullición

Canarias no se libra del calor ni de la calima este lunes
Todavía a media mañana de ayer, en un centro de educación secundaria de la capital tinerfeña, un profesor de Educación Física pretendía que los alumnos de su clase se pegaran algunas carreritas por la cancha. Los adolescentes se quedaron atónitos. La temperatura estaba ya casi en 33 grados centígrados y seguía subiendo. En las dos horas anteriores este gracioso había impartido sus clases –«¡ahora flexiones!»– sin ninguna consideración con el agobio de los pibes y pibas a su cargo. Por fortuna se difundió entonces la noticia de que la suspensión de las clases en infantil, primaria y secundaria por la ola de calor que nos martiriza y el profesor optó –solo entonces– por la prudencia. Cuento este caso porque la sorpresa ante este fenómeno climatológico adverso ha sido general, y te encuentras reacciones disímiles y veces encontradas en todos los colectivos de la comunidad escolar: directivos, profesores, padres, alumnos. Posiblemente tienen razón los que afirman que las clases debieron suspenderse el jueves o viernes de la pasada semana, cuando ya se sabía que la cosa estaba empeorando e iba para largo. Es tan intensa esta ola de calor que los valores mínimos nocturnos han llegado a superar a los máximos habituales diurnos en este mes de octubre. Ocurre, sin embargo, que no existe un protocolo escolar para estas situaciones, y no existe porque es una situación inédita. El consejero de Educación del Gobierno autónomo, Poli Suárez, ha asegurado que su departamento aprobará un protocolo que regulará la actividad en los centros escolares en coyunturas de altas temperaturas y fijará parámetros al respecto por los que se decidirá la suspensión de las clases. Más vale que Suárez se de prisa, porque esta excepción climatológica dejará de hacerlo en los próximos años y lustros. Más vale que él y el resto de sus compañeros de Gobierno –en realidad, toda la élite política de Canarias– asuman cuanto antes que el cambio climático se acelera. Ya no es una hipótesis a verificar que cambiará nuestra vida cotidiana dentro de un cuarto de siglo. Es la realidad que sudamos trabajosamente. Lo tenemos encima. Y debemos protegernos. El sistema escolar canario es un buen sitio por donde comenzar.
Los centros escolares de Canarias –primaria y secundaria– no se diseñaron ni arquitectónica ni operativamente ni para el frío ni para el calor, incluso aquellos construidos en medianías en los años ochenta y noventa y en los que se decidió con valor torero no techar quisiera las canchas deportivas (se ha tenido que hacer después a trompicones) ni los patios de recreo. Por supuesto lo fiaban todo de nuestras benévolas temperaturas. Como eso está a punto de acabar sería conveniente que en todas las escuelas e institutos de las islas se instalasen climatizadores, que los materiales se adaptasen a temperaturas extremas, que no existiera una o dos únicas fuentes de agua para 500 alumnos, que todas las instalaciones deportivas fueran reformadas y rehabilitadas y se disponga de duchas, que los alumnos sean eximidos del uniforme con temperaturas altas, que en la medida de lo posible se multipliquen las zonas arboladas en las inmediaciones de los centros. Esto es importante para toda la compleja pero imprescindible reforma urbanística que necesitan las ciudades canarias. Necesitamos más sombras. Necesitamos más y no menos árboles y arbustos en el espacio urbano. Necesitamos verdadera protección para el calor en todas las estaciones y paradas de guagua. Necesitamos más fuentes de agua pública por las calles y plazas a las que se pueda acceder gratuita e inmediatamente. Necesitamos que al producirse episodios como el que calcina octubre –que serán más frecuentes y más largos en un futuro inmediato– se pueda reactivar el teletrabajo –en la administración pública y en muchas esferas de la actividad empresarial privada– sin mayores sobresaltos administrativos. Necesitamos, en definitiva, un diagnóstico más realista sobre el impacto de la ebullición global en Canarias en la próxima década, portarnos como adultos, asumir la realidad del cambio como un horizonte inequívoco y no como una distopía evitable.
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