El poder puede ser aparentemente involuntario. A veces nadie tiene que señalar a otro y decirle eres tú quien manda ahora, dale. En un grupo de amigas, no se somete el liderazgo a elección, ni siquiera la amiga líder tiene por qué plantearse su propio mandato para ser la persona que escoge dónde se va o con quién se meten las demás, qué pequeñas violencias son normales y sustentan esa estructura de yo voy por delante y ustedes me siguen y ya.
Estos clics, estos poderes para los que no hay un proceso de elección, se dan todo el tiempo. Caminamos haciendo clic clic porque incluso un choque en la acera es un lugar idóneo para que esta historia de pesos y contrapesos se active. Cuando te chocas con alguien, ¿quién resopla? ¿Quién insulta? ¿Quién hace culpable al otro y se queda en el sitio para que no pase y se fastidie porque era tu paseo, era tu vida, eras tú siendo el personaje que de pronto repara en que ese empuje que siente hacia el escupitajo (rebota en la acera, pero aun así salpica a tu contrincante) es justo porque sí y punto?
¿Quién habla demasiado y no escucha? ¿Quién importa demasiado y no se da cuenta de que debe abrir espacio? ¿Quién veja y deja de ser razonable porque así es como se «gana» con rapidez una discusión? ¿Quién ve la grieta por la que colarse en el buen hacer del otro y la atraviesa triunfal ya que se puede y qué más da y débiles ellos? ¿Quién hace el comentario que tanto duele pero tan normal y pasable es? ¿Quién se cuela en una fila en la no le van a decir nada por no llamar la atención? ¿Quién deja colgada a su amiga tímida que no va a encontrar la forma de quejarse de ello? ¿Quién chilla más alto y da más miedo?
Es decir, quién, sin quererlo ni planteárselo, se convierte en un momentáneo jefe. En una momentánea boca que dicta lo que hay que hacer sin que ese dictamen provenga de una necesidad verdadera de que eso se haga. Quién, con mañas que no tienen nada que ver con pactar lo que es mejor, tiene más capacidad de escoger y, sobre todo, la usa.
«Involuntario» en este contexto solo significa «sin intención en el momento». Involuntario es un movimiento de la mano que viene de un reflejo, ¿y qué debe haber para que haya reflejo? Mano, musculatura, antecedente de ocasión en la que te has asustado por algo parecido, nervios que conocen el dolor, cierta ansiedad, todo eso. Ocurre lo mismo con este poder que corretea entre la gente y va escogiendo a quienes ya fueron previamente escogidos para esas ocasiones en concreto: para que alguien lidere, debe haber algo que haga que todas las partes se coloquen en su lugar, que la escena sea como cuando me subía a un flotador de cuatro en un tobogán del Aqualand con mis amigas y yo me iba siempre de espaldas porque era la más gorda. Es un baile con una coreografía orquestada por nuestra memoria muscular. Y mandan quienes cuentan con ciertas características.
Sí, por supuesto. Esas mismas. Las que tiene el poder voluntario. Las que encontramos cuando analizamos los abstractos y a las multitudes y nos damos cuenta de que hay centros que se ostentan y violencias en las que involuntariamente nadamos cada día, en cada paseo por la calle y que me choco y fue tu culpa, fea de mierda, lo sabes, lo sabes.
Es complejo porque nos hace vernos como personas con varios papeles. Resulta que en mi grupo de amigas soy la líder, pero en mi trabajo soy la que se va a llorar al baño, y resulta que en el supermercado me empujó un señor pero yo en una fiesta le hice un comentario racista a una amiga. Es, como decía, una danza constante y mareadora, y da ganas de vomitar, y uno de los mejores remedios contra las ganas de vomitar es intentar no evitar sentirlas.
Lo mismo aquí. Analizarnos para detectar cuándo sentimos la adrenalina del poder y somos crueles para sentirnos mejor. Cuándo no dejamos hablar a alguien. Cuándo deberíamos utilizar nuestras habilidades sociales más espabiladas para crear una conversación de fácil entrada y tránsito para todos. Cuándo deberíamos dejar de tratar a los otros como desconocidos contra los que competimos. El poder entre la gente no es un equilibrio natural, sino una consecuencia de haber aprendido quién vale más o menos, y para derrotarlo tenemos que entendernos como un grupo en el que todos brillan. Que el baile sea voluntario para que salga más bonito, pues ese que nos sale solo nos puede acabar partiendo los brazos, las piernas, los tenis, la alfombra, el suelo, la casa.