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Jorge Bethencourt

El recorte

Jorge Bethencourt

La pobreza y la granja

Un puesto de venta de alimentos en un mercado Carlos Castro - Europa Press

El cerebro es inflacionario. Como la rana que se cuece en un agua que se calienta lentamente no percibe que lo están guisando. La mayoría de los ciudadanos que sirven de sostén a la gran garrapata del Estado no son conscientes de que el precio de los alimentos en los últimos cuatro años se ha encarecido en casi un 23%. Como si ganases una cuarta parte menos de tu salario. El ajuste más salvaje de los últimos tiempos, pero efectuado de una forma sibilina.

El Banco de España ha anunciado que este año los precios subirán otros 11 puntos. Seremos aún más pobres. Pero al vampiro que se alimenta de nuestros salarios no le importa: sigue sorbiendo como si no hubiera mañana. El 62% del total de la recaudación fiscal sale del impuesto sobre las rentas del trabajo y las cotizaciones sociales. Los trileros nos distraen con el discurso de los ricos mientras sus colegas nos vacían el bolsillo.

Quienes declararon la guerra mediática y política a la austeridad estaban defendiendo su propia supervivencia. Reducir los gastos del Estado afecta al bolsillo de muchos millones de empleados, empresas públicas, sindicatos y colectivos que viven de los presupuestos. Para defender su posición pusieron por delante a los ciudadanos: ¡si se recorta el gasto público se dan peores servicios y se perjudica a los más débiles! Claro. Pero si se empobrece a la sociedad extrayéndole más recursos también se crean ciudadanos más débiles. Y por otra parte, se pueden prestar iguales servicios cobrando menos. Pero de eso ni hablemos: el Estado del Bienestar es en realidad el intocable bienestar del Estado que sigue engordando en medio de la escasez.

Cuatro de cada diez empleos creados en los últimos cuatro años están en el sector público. El poder sindical reside en él. Y a ningún político en su sano juicio se le ocurriría meterle mano. Por eso, aprendida la lección de la gigantesca campaña contra el «austericidio» de 2008, esta vez se decidió que los efectos de la gran crisis provocada por la pandemia se iba a pagar de una manera diferente. A modo de los murciélagos vampiros, que mientras sorben la sangre sueltan en la víctima su saliva anestésica y anticoagulante, los Estados están haciendo que los ciudadanos paguen esta crisis a través de los impuestos y el consumo. El asalto al bolsillo se hace en las hipotecas, en las cajas de los supermercados, en las gasolineras o en el recibo de la luz. Y ahora, además, con los impuestos «verdes». La gente se empobrece lentamente, como la rana que se cocina en el agua al fuego lento.

Todas las familias han tenido que apretarse el cinturón. Pero no hay una sola institución pública que haya reducido sus presupuestos. Cada año las cuentas públicas son mayores que las del año anterior. Ni un paso atrás en la granja. Es época de vacas flacas, pero hay que ordeñar más.

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