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Luis Ortega

Gentes y asuntos

Luis Ortega

La tragedia de Libia

Inundaciones causadas por la tormenta 'Daniel' a su paso por Libia MEDIA LUNA ROJA LIBIA

Cuando ocurre un suceso grave, el inconsciente colectivo recuerda tragedias parecidas pero, sobre todo, especula con las grandes catástrofes históricas y las terribles amenazas o profecías que pesan sobre la humanidad. Sensibles a las tendencias y a las modas, los medios de comunicación entran también en esa dinámica. Así, por citar un ejemplo reciente grandes rotativos internacionales y prestigiosas cadenas de televisión no descartan que las graves inundaciones de Libia estén relacionadas con el cambio climático, que no es una volada o temor infundado sino una evidencia constatada.

The New York Times, por ejemplo, alertó sobre «la situación política del país africano que limita las respuestas de los modestos agricultores ante los riesgos evidentes de un fenómeno imparable» que, anunciado por los centros científicos mundiales y asumido por la mayoría de la comunidad internacional, sólo niegan los acólitos de Donald Trump, repartidos por los cuatro cascos del planeta, en partidos de ultraderecha, provocadora o hipócrita, sectas religiosas y civiles de peligroso integrismo y radicales excéntricos con ansias de notoriedad.

Se habló del cambio climático, quizás con fundamento, pero se obviaron las responsabilidades políticas de las superpotencias en sus actuaciones y canalladas en Africa, con la humillante y rentable complicidad de los políticos nativos y, sin duda, ahí está también gran parte de la culpa y su total incapacidad para resolver problemas propios grandes y pequeños.

El Comité Internacional de la Cruz Roja resaltó la gravedad del suceso y las pésimas condiciones del país para defenderse de cualquier incidente climático o social. Evaluó los daños y muertos registrados tras el paso de la tormenta Daniel que azotó las costas de esta nación del Africa mediterránea, destruyó dos grandes presas y arrastró barrios enteros de la ciudad de Derna, epicentro de la riada, hasta el mar el pasado domingo 9 de septiembre. Las primeras noticias hablaron de diez mil desaparecidos y, luego, se confirmaron siete mil muertos, mientras los técnicos extranjeros y organizaciones humanitarias que intervienen en la emergencia elevan las víctimas a veinte mil, que se suman a un número indeterminado de personas que huyeron de la zona afectada sin rumbo fijo.

Dividida por la guerra y administrada por dos gobiernos rivales, con continuos enfrentamientos armados, persecuciones, proscripciones y vulneraciones continuas de los derechos humanos, Libia es un estado fallido y, aunque cuenta con vastos recursos petrolíferos, carece de administraciones eficaces y de servicios e infraestructuras básicas y las que tiene se encuentran en absoluto abandono.

Ahora sabemos que las autoridades, enfrentadas e incapaces, no advirtieron a la población de un temporal que, desde el primer momento, mostró su virulencia sobre una ciudad costera de pésima urbanización y malos materiales; que no existe ninguna agencia meteorológica en el país, por lo que, en ningún momento, se planteó la evacuación; además, no existe un cuerpo, civil o militar, instruido para atender emergencias de cualquier naturaleza; que las presas de Derna, que rebosaron con las lluvias, tenían grandes defectos de construcción y se rompieron casi en simultáneo; que, en el desconcierto y el horror, la riada arrastró barrios enteros, casas y personas, hasta el revuelto Mediterráneo que los devolvía a la orilla o los alejaba según la fuerza del oleaje. Esta es una historia triste en un escenario tétrico, un tablero de ajedrez de las superpotencias, con decorados cambiantes de la dictadura a la guerra civil, de la opulencia de las minorías y del hambre sin adjetivos de la carne de riada que, en gran medida, no encontrará siquiera sepultura. Fue expresivo del fracaso nacional y la catástrofe desmedida la petición de ayuda exterior a los dirigentes mundiales «de buena voluntad sin distinción de ideologías».

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