Si éramos pocos parió la abuela, debió pensar Patxi López, cuando Gabriel Rufián, de la Esquerra catalana, en el debate de portavoces políticos, se pavoneó de que ellos habían presionado y obligado al Gobierno de Pedro Sánchez a liberar a los nueve presos políticos catalanes. Lo dijo así como suena. Y a López, portavoz socialista, se le puso la cara de alguien a quien le están haciendo una colonoscopia sin anestesia. Con socios así quién necesita enemigos.
Salvo que ocurra algo extraño –en este país hemos visto cosas asombrosas– las próximas elecciones están vistas para sentencia. La tesis mayoritaria es que los conservadores o los socialistas tendrán que gobernar en alianza con los partidos radicales de un lado o del otro. O sea, la ultraderecha o los comunistas. Pero algunas encuestas van apuntando la posibilidad de un tsunami del voto útil que ponga al PP cerca de una mayoría absoluta donde no necesite a Abascal.
La estrategia de Moncloa magnificando el peligro de Vox está favoreciendo a los populares. «Si no quieren que gobernemos con esos radicales peligrosos, necesitamos la mayoría absoluta». Esta afirmación no tiene correlato por la izquierda. Cada día que pasa es un suplicio para muchos socialistas que solo esperan «que esto pase rápido y que no duela mucho». Ya quedan muy pocos que crean en la resurrección milagrosa de un Pedro Sánchez desfondado: es muy difícil volver dos veces de entre los muertos.
En la recta final de esta última semana, todo el pescado electoral está vendido. Ya queda poco que aguantar. El Gobierno le ha quitado a Franco la medalla del mérito al trabajo. ¡Por fin! Algo que venía clamando a gritos una enorme mayoría social de españoles. Estamos donde siempre: en los muertos que la derecha y la izquierda se arrojan a la cara, echando mano del franquismo o del terrorismo vasco. En las mutuas denuncias de los peligros del fascismo y del comunismo. La caricatura que hacen de la vida quienes consideran que los ciudadanos son más tontos de lo que son.
El apoyo electoral masivo a los partidos nacionalistas en Cataluña y País Vasco los ha colocado con el máximo protagonismo en el centro de la vida política española. Hasta el punto de que, si no se produce una inusual concentración del voto, se puede afirmar con cierta seguridad matemática que el próximo gobierno de España pasará por acercarse a uno de dos abismos. Y no se sabe cuál es más profundo.
Uno es del PP, que para gobernar necesitará apoyarse en un partido como Vox, que pretende liquidar el sistema autonómico y establecer un Estado más autoritario y centralista. Y el otro, del PSOE, que necesitaría el respaldo de los comunistas e independentistas, que detestan el libre mercado y están la ruptura del actual modelo de Estado.
No se pregunten cómo las dos grandes fuerzas políticas moderadas de este país se permiten estar secuestradas por minorías extremistas. No tiene respuesta.