Opinión | Aquí una opinión
El gustillo por oírles jugar con la palabra «ética»

Javier Cámara y Mónica López.
La pasada semana me percaté de que yo podría ser una fascista y no tener ética. O casi. Y encima, sin creer merecerlo.
Semejante histérica etiqueta tiene su origen en las declaraciones de una artista de la farándula que considera que el mundo de la cultura (donde ella, por lo visto, se incluye) no debe ir a El Hormiguero ya que «el presentador blanquea el fascismo y a gente impresentable», en un peculiar modo de justificar su propia ausencia del programa donde se iba a promocionar una serie en la que actúa con otro compañero, al que deja en un vergonzoso lugar, comentando que «el pobre Javier sí tuvo que ir»…
Por lo que, obviamente y para mis entendederas, los espectadores de ese programa también debemos de ser merecedores de semejante oprobio. Y me cuento entre ellos, como fanática seguidora de los sketchs de Trancas, Barrancas y Petancas, quienes traen suficientes risas a mi vida como para aliviar los resquemores diarios que acontecen. Sí, una viciosa de esas hormigas, me confieso, como lo harán, seguramente, los millones de seguidores que tiene este entretenimiento y quienes siguen a ese señor bajito de ojos perspicaces que dirige entrevistas a artistas para sus propias promociones, ingeniosos juegos de ciencias, esos graciosísimos diálogos entre unas hormigas fruto de un elaborado trabajo del equipo y una mesa de tertulia donde varios colaboradores de diferentes idearios y discursos suelen ser, incluso, más benevolentes con lo que se denomina «la izquierda» que con «la derecha», aunque ambas connotaciones se hayan convertido por culpa de la verborrea generalizada en puro amaño electoral.
Personalmente, advierto fascismo y falta de ética en todos los que tratan de vetar a cualquier grupo legalmente establecido. Jamás votaré a Vox pero creo en su derecho a ser llamados para cualquier debate en los medios porque la censura es lo más alejado de la estructura que sostiene a la democracia, ese logro extraordinario a defender. Y lo quiero tanto para el partido al que siempre he votado como para todos los demás, esté de acuerdo o no con sus ideologías o sus proyectos.
Con los años, uno intenta apartarse de los demagogos y sus discursos, de los que consideran tener la razón en todo. Hasta te produce pereza llevarles la contraria y puedes, sonriendo bobaliconamente, hacerles creer que has caído rendido ante su sensatez. Por puro cansancio. Pero hay, de vez en cuando, momentos de rebelión, cuando te dices «hasta aquí han llegado, que estos intransigentes son capaces de vetarme a Beethoven si se enteran de que a Hitler le gustaba su música»… Y produce un inefable placer ese empujón de valentía que te hace defender con uñas y dientes a Ludwig y a valores así…
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