En octubre de 2013 se produjo en el Mediterráneo, junto a la isla de Lampedusa, el dramático naufragio de un barco procedente de Libia que acabó con la vida de 360 personas, en su mayoría mujeres y niños. Las imágenes de cientos de ataúdes en un hangar del aeropuerto de la isla, donde se apilaron los féretros, dieron la vuelta al mundo y sacudieron a la opinión pública. Mientras las autoridades de la UE declaraban que evitarían que una tragedia similar volviera a suceder, el Papa Francisco, con su claridad habitual, señaló: «Solo me viene la palabra vergüenza, es una vergüenza». Investigaciones posteriores acreditaron que la guardia costera italiana desatendió las llamadas desesperadas de ayuda realizadas desde el barco.
El cinismo de la UE llegó hasta el punto de que a los escasos náufragos rescatados con vida se les ingresó en el centro de internamiento de Mineo, en Lampedusa, tras incoarles expedientes de expulsión, mientras que a los cerca de 400 fallecidos se les concedió automáticamente y con honores la ciudadanía italiana y, con ello, la europea.
Hace pocos días, diez años después del naufragio de Lampedusa, un destartalado barco pesquero fletado por traficantes de personas que partió del puerto libio de Tobruk, atiborrado de personas hasta más allá de lo imaginable, como atestiguan algunas fotos aéreas que se llegaron a tomar, naufragaba en el Mediterráneo, junto a la costa sur de Grecia. Aunque hasta el momento se ha rescatado a 104 personas con vida, junto a otros 89 cuerpos, todos los testimonios coinciden en señalar que en el barco viajaban unos 750 pasajeros, por lo que se considera que en esta tragedia habrían fallecido unas 500 personas, en su gran mayoría mujeres y niños, ya que eran quienes ocupaban las bodegas donde se almacenaba el pescado. Una vez más, distintas investigaciones señalan que las autoridades marítimas griegas, que se acercaron poco antes del naufragio a escasos metros de la embarcación antes de ser tragada por las aguas, tuvieron una actitud negligente al no prestar el debido socorro en una situación límite.
A los supervivientes, todos ellos hombres al no salvarse ninguna mujer o niño de este naufragio, se les ha conducido al campo de refugiados de Malakasa, que ocupa una base militar a 50 kilómetros de Atenas, sin contacto con el exterior.
Entre el naufragio de Lampedusa en 2013 y el de Grecia en 2023 hay varios elementos destacables que no pueden ignorarse. El primero de ellos es que a lo largo de estos diez años, han muerto ahogados en la ruta del Mediterráneo central más de 27.000 personas tratando de llegar a Europa, según el proyecto Migrantes desaparecidos, que dirige la Organización Internacional de Migraciones (OIM), hasta el punto de convertir a este mar en la mayor fosa común del mundo. Y si decenas de miles de personas, refugiados, migrantes forzosos, víctimas de traficantes de personas, están falleciendo a las puertas de Europa se debe a que la UE no quiere desplegar un operativo de auxilio en el Mediterráneo que impida esta sangría de vidas humanas, al tratar de evitar las intervenciones de rescate que llevan a cabo diferentes ONG humanitarias, llegando a criminalizar su labor. Frontex (la Agencia Europea de Guardia de Fronteras y Costas) tiene entre sus cometidos (y abundantes medios) el rescate de estos náufragos. Por el contrario, trata de dificultar que se produzcan salvamentos para enviar un contundente mensaje a otros inmigrantes que quieran embarcarse hacia Europa.
Pero también estos continuos naufragios, con sus miles de fallecidos en el Mediterráneo, demuestran el estrepitoso fracaso de la política europea de migración y asilo, una de las políticas clave frente a terceros países socios pero también en las propias sociedades europeas, para evitar que se convierta, como viene sucediendo, en gasolina para los movimientos de extrema derecha en ascenso. Europa ha fracasado en evitar que estas tragedias se repitan, trabajando con países de origen y tránsito para ofrecer vías seguras para solicitantes de asilo víctimas de guerras, crisis climáticas o hambrunas. Mientras la UE ha acogido a más de seis millones de ucranianos mediante una ventajosa Directiva de Protección Temporal, contempla con pasividad, en cambio, cómo miles de refugiados de otros países pagan con su vida la aspiración humana de tener una vida mejor.
Finalmente, desde el naufragio de Lampedusa hasta ahora, hay otro hecho destacable, como es la progresiva destrucción de una conciencia ética europea que forma parte de sus principios básicos, a base de construir un discurso y una política cínica contra inmigrantes y refugiados que desprecia la vida de estas personas pobres y desesperadas.
Mientras seguimos contabilizando miles de muertos a las puertas de Europa, desde la UE no paran de inventarse conceptos estrafalarios, como el aprobado en la reunión de ministros del interior del 8 de junio, de «Solidaridad obligatoria flexible». El propio portavoz de la Comisión Europea, Eric Mamer, ha reconocido estos días que «la política europea de migración está fallando». Habría que añadir también que está naufragando en el Mediterráneo, ante nuestros ojos y con nuestra indiferencia.