Lo que ocurre (y lo que no ocurre) en La Laguna después de las elecciones municipales comienza a ser apasionante. Hete aquí que Rubens Ascanio y Alberto Rodríguez ofrecieron el viernes al mediodía una rueda de prensa cuyo objetivo final no parecía muy claro. Ascanio suplicó al alcalde en funciones y ganador de las elecciones, Luis Yeray Gutiérrez, que firmara el acuerdo programático, que esa misma tarde, en un par de horitas, podrían rubricarlo, que no pondría ningún problema o dificultad, que estaban con él sin reservas. Ascanio parecía dispuesto a prepararle un sancocho todos los fines de semana al alcalde, tomar clases de lambada y barrerle y fregarle el chalet de lunes a viernes si es necesario para que los laguneros sigan estando protegidos por la izquierda. Es algo que el ex teniente de alcalde repite mucho, como dejando entrever que si no continuara en el gobierno municipal se escucharían los gritos de terror del proletariado humillado y ofendido desde La Higuerita hasta Punta Hidalgo. Alberto Rodríguez ironizó sobre las 500.000 concejalías que había solicitado Drago. Pero, por supuesto, ni él ni su compañero anunciaron que renunciaban a áreas o concejalías. Eso de esconder el reparto del poder y los presupuestos bajo un acuerdo programático es más viejo que el hilo negro. Y no engañas absolutamente a nadie.
Llegó el sábado y no se firmó ningún acuerdo programático. No se comunicó nada a los izquierdosos deshabitados, pero tampoco se avanzó en el par de guiños dedicados antes a Coalición Canaria. Gutiérrez y sus compañeros habían tomado una decisión y la van a mantener. Es muy sencilla: no van a pactar con nadie en las próximas semanas. Quizás se proclame un gobierno municipal monocolor bajo el pretexto de continuar la negociación, pero sin avanzar medio paso hacia la misma. Y así seguirá la cosa, tan ricamente, hasta el próximo mes de septiembre. Quién sabe, tal vez hasta octubre. El dato fundamental del porvenir, por supuesto, se cifra en la situación política posterior a las elecciones generales. Si gana el PSOE y puede gobernar de nuevo –más menesterosa y asfixiadamente– con el yolandismo y las fuerzas del bloque de la investidura de 2019, existirá gobierno de izquierda en La Laguna; si entra Núñez Feijoo a gobernar, tal vez ese gobierno no exista nunca. O puede ocurrir al revés. En todo caso a Gutiérrez no le acogota ninguna prisa y está más que dispuesto a esperar. Puede gobernar perfectamente entre dos y tres meses a base de decretos. Le encantan los decretos tanto como mantenerlos secretos. Es inimaginable que Ascanio y Rodríguez se confabulen con CC y el PP para amenazar con una moción de censura –aunque el cabeza de lista de USP en su día cortejó hasta el agotamiento a Antonio Alarcó para que apoyara una moción contra José Alberto Díaz: le repugna mucho la derecha salvo si con la derecha puede salirse con la suya–. El límite, en todo caso, es el debate y aprobación de los presupuestos municipales para 2024. Y queda un rato largo para eso.
Alberto Rodríguez admitirá la situación, especialmente, si consigue escaño en el Congreso de los Diputados. Puede que suelte alguna gansada que otra –no estuvo más que anunciara, en la sesión constitutiva del ayuntamiento la determinación de los dos ediles de Drago de modificar la Constitución– o monte algún numerito reivindicativo para tener entretenida a la parroquia, pero poco más. Y aún más discreto será Rubens Ascanio, posado como un verode mustio sobre el milagro de repetir de nuevo en el machito. Asombrosamente un alcalde sin mayoría absoluta y que no ha demostrado en los últimos cuatro años una pericia política precisamente destacable puede permitirse el lujo de comenzar un segundo mandato sin necesidad de pactar con nadie. Napoleón conocía bien a sus generales y comandantes, pero cuando le hablaban de un coronel –«una carrera brillante, una gran destreza táctica, un valiente en el combate, Sire»– siempre preguntaba: «Bien, ¿y tiene suerte?» Luis Yeray Gutiérrez es un suertudo.