Opinión | Retiro lo escrito

Arde, Irene

Irene Montero, ministra de Igualdad.

Irene Montero, ministra de Igualdad. / EFE

A Irene Montero se la han cargado ellos. Los suyos, quiero decir. Para denotar hasta qué punto se jugaban (y se siguen ventilando) cuestiones personales en esta épico tebeo antifascista solo hay que recordar que la ha vetado la ministra que su pareja y padre de sus hijos, Pablo Iglesias, dejó como legataria de Podemos en el Gobierno, un Gobierno histórico que el secretario general abandonó para ser comentarista de radio y televisión. Una espantada que –por cierto– jamás se explicó. Un tipo monta por partido que acaudilla sin tolerar disidencias, asombrosamente llega al Gobierno en dos zancadas y, más repentinamente todavía, abandona el compromiso adquirido con la militancia y los electores con el pretexto de presentarse a unas elecciones autonómicas. Tampoco se queda en la asamblea autonómica. Ni siquiera toma posesión del escañito. Y se marcha definitivamente. Eso es, simplemente, un ejercicio de estruendosa irresponsabilidad. Una trivialización de su propia figura autocaricaturizada. Pero la absoluta naturalidad con la que practicó este abandonismo desmañado y pueril habla bien de su verdadero propósito. Iglesias no tolera no ya las críticas, sino el desgaste inevitable que supone gobernar, priorizar agendas, tomar decisiones. Una organización política madura le hubiera exigido silencio, respeto y no intromisión en las estrategias del partido. Es la discreción obligada de un exdirigente. La que practican habitualmente Felipe González, o Aznar, o Rodríguez Zapatero. Pues no. El caballerete comenta, sanciona o condena, día a día, la evolución de su partido y de sus adversarios y aliados políticos y electorales. Es delirante.

Iglesias abandonó el Gobierno y dimitió como secretario general entre abril y mayo de 2021, pero tiene una responsabilidad directa y relevante en el hundimiento de Podemos. Lo tienen todas las personalidades y los partidos hermanados con el desgraciado proyecto podemita, incluyendo, por supuesto, la vicepresidenta y ministra de Trabajo, Yolanda Díaz. La operación Sumar es un trampantojo y la señora Díaz es como esos timadores que mueven los tres vasos sobre el tablero ambulante. ¿Dónde está la verdadera izquierda? ¿Bajo qué vasito? Da lo mismo el que elijas. Nunca está ahí. La verdadera izquierda honesta, dialogante, cuqui y transformadora no está en ningún sitio. La tiene Yolanda Díaz en el bolsillo y la cuida con toda la ternura que puede provocar un satisfyer. Soy incapaz de entender cómo absolutamente nadie le pudo comprar ni una bocina a esta vendemotos que baja la voz hasta hacerla inaudible como principal recurso actoral. Solo encuentro admirable la frialdad con la que ha esperado que las listas de Podemos se estrellasen el pasado día 28. No contaba con Sánchez, que ha impedido que recoja ordenada y arteramente los pedazos. Aun ahora mismo, en este tour de forcé para alcanzar un acuerdo básico entre Sumar y Podemos, Díaz se cuida muy mucho de parecer personalmente implicada en las negociaciones. Hasta el final ella pasaba por ahí. Eso sí: las papeletas de Sumar llevarán su rostro de meiga dulce, buena y nariguda para que nadie se confunda.

Hay que ser realmente zoquete para no comprender que en esta discordia se utilizan argumentos para lo que no son más que tripas humeantes. Irene Montero es, sencillamente, la víctima sacrifical. Alguien que debe asumir los errores, las culpas, las miserias, las contradicciones, traiciones y estupideces de todos. Debe arder en la pira de la cancelación definitiva no solo para que el fuego la consuma, sino para que las llamas de su sacrificio purifiquen al resto de héroes y heroínas de una izquierda que pretende reinventarse y, en realidad, ni siquiera se atreve a ver su propia e inefable jeta en el espejo. Irene proviene del griego y significa paz. Consúmete, Irene y trae la paz a las tribus de la izquierda sarracena para dos, tres, tal vez cuatro años.

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