Opinión

Manuel Mostaza Barrios

El desmovilizado verano del desencanto

Pedro Sánchez.

Pedro Sánchez. / EFE

Tal vez la noche del domingo el presidente tenía abierta sobre la mesilla de noche los versos del Cuaderno de cuatro años, del poeta genovés Eugenio Montale, «Si era triste la idea de la muerte / la idea de que el todo dura / es la más espantosa». Lo que nadie le podrá negar a Pedro Sánchez es la capacidad que tiene para marcar los ritmos y la agenda en cada momento. Es quizá el primer presidente postmoderno de la historia de España, pendiente siempre de las narrativas, del espacio mediático y de los relatos que se generan en torno a sus actuaciones. Quizá por eso ninguno esperábamos que, poco más de doce horas después de cerrarse las urnas, el presidente optara por finalizar la legislatura y mandar a votar a los españoles la tercera semana de julio, algo que hubiera sido considerado una provocación hace pocos años en nuestro país. Nadie lo esperaba y por eso ahora todos le buscamos algún sentido, cuando quizá la explicación más convincente sea la más sencilla: alargar la legislatura hubiera supuesto para él correr el peligro de acabar como Rodríguez Zapatero en 2011: compuesto y sin candidatura ante la indiferencia, cuando no el desprecio, de gran parte de los votantes. Revivir la pesadilla de 2016, con un partido deshaciéndose de él a toda prisa por considerarlo un peligro para la supervivencia de la formación. Habrá que ver cómo sale el órdago lanzado desde el Palacio de la Moncloa, ya que la línea que separa lo sublime de lo ridículo, la genialidad de la necedad es mucho más fina de lo que a veces nos imaginamos, y más en política. Y aunque en nuestra vida, como nos recuerda Ortega y Gasset, «no hay una sola trayectoria, sino varias», el azar no siempre va a jugar a nuestro favor.

La clave puede estar en la movilización y en la capacidad que Pedro Sánchez tenga de recuperar una vocación de transversalidad que perdió al poco de llegar al poder en 2019. Y cuando hablamos de movilización, no nos referimos sólo a los votantes. En primer lugar, y más importante, hay que movilizar al partido: un partido en la lona después de una derrota de una intensidad que casi nadie esperaba. Si muchos de los cuadros, militantes y cargos públicos vinculados al PSOE en toda España culpan de manera directa a Sánchez de una derrota que a algunos los ha dejado de manera literal en la calle, ¿es creíble que vayan a dejarse la piel en plena canícula veraniega para que el presidente siga en el gobierno? ¿De verdad les viene bien desde un punto de vista político a barones como Emiliano García-Page que se reedite un gobierno de coalición con la extrema izquierda y con los partidos secesionistas? ¿Es creíble que se vayan a movilizar como si fuera la última campaña de su vida las bases socialistas de Ciudad Real o de Gijón?

Otro tema es la movilización de los votantes. Pedro Sánchez renunció al centro político en su batalla contra un Podemos que llegó a superar los setenta diputados, no lo olvidemos, hace siete años. «Somos la izquierda» se podía leer al fondo de sus intervenciones en Ferraz hace tres o cuatro años y es verdad que la jugada por ese lado salió bien: Podemos es hoy una sombra de lo que fue y no está claro que el movimiento Sumar vaya a ser capaz de movilizar a ese electorado que se ha demostrado más escaso de lo que parecía hace unos años. Pero lo (poco) que se ganó por un lado se perdió por el otro: Pedro Sánchez se alejó del centro y una parte sustancial de los electores, los muchos electores que se ubican en el centro, han ido abandonando poco a poco al PSOE en un goteo que no ha cesado desde 2019. Así, si entre abril y noviembre de aquel año el partido perdió más de setecientos mil votos, en todas las elecciones regionales celebradas hasta este domingo al PSOE le había ido desde mal (en el País Vasco o en Galicia, por ejemplo) hasta muy mal (como en Andalucía o en Madrid). Solo en Cataluña, con un discurso dedicado a captar al votante de Ciudadanos, se logró un buen resultado que, sin embargo, no se tradujo en ningún resultado práctico. La política de alianzas que el gobierno ha llevado a cabo tampoco ha ayudado a consolidarlo estos años como un actor moderado en el conjunto de España; por eso, estas elecciones no van solo de movilizar. Cómo volver a faenar en el caladero donde más votantes hoy debería de ser otra de las preguntas que se deberían estar haciendo los asesores del presidente del gobierno.

Y dos recordatorios finales: en una democracia todos los votos valen lo mismo, el voto del pata negra ultraideologizado vale lo mismo que el del votante moderado; como el voto –si es que va a votar– del que es muy activo en las redes sociales se cuenta igual que el de aquel que no tiene más ideología que la de ir tirando. No entender esto es vivir en una burbuja. Igual que lo es hacer caso a aquellos que, sin mayor prestigio profesional, siempre han pensado que las encuestas no están para describir la realidad, sino para intentar conformarla. Y ya vemos con qué resultado…

Suscríbete para seguir leyendo