Opinión | El recorte

El tango de la vieja guardia

Pedro Sánchez y Alberto Núñez Feijóo.

Pedro Sánchez y Alberto Núñez Feijóo. / EFE

Lo del gobierno Frankestein para bautizar la política de geometría variable de Pedro Sánchez en Moncloa fue, según dicen, un feliz invento de Alfredo Pérez Rubalcaba que tenía la lengua tan afilada como una cuchilla de afeitar. En realidad, la gente pone nombres pomposos a lo que solo son técnicas de supervivencia. Para mantenerse a flote en el poder Sánchez es capaz de agarrarse a cualquier resto de cualquier naufragio, incluyendo el suyo.

Perdido ya el sentido de Estado, porque el propio Estado es algo cada vez más borroso, la ceremonia del poder se ha convertido en un altar ante el que se sacrifica todo y a todos. La cita de las próximas generales del 23 de Julio es una apuesta en la que el PSOE solo podrá ganar el Gobierno de España apoyándose en los partidos independentistas catalanes y vascos que persiguen precisamente la disolución de España tal y como la entendemos ahora.

Pero no todos los socialistas se sienten cómodos con esta deriva. Hay una vieja guardia, protagonista de los años de oro del PSOE del cambio, en la que se mastica la preocupación y la indignación, a partes iguales. Nombres como el de Felipe González, Alfonso Guerra o Nicolás Redondo Terreros, entre otros muchos, se asocian a una visión muy crítica con la deconstrucción que está sufriendo el partido que representó la socialdemocracia en este país.

En su viaje hacia el poder, Alberto Núñez Feijoo tendrá que tragarse un partido como el de Santiago Abascal, partidario de una fuerte recentralización del Estado y enemigo de los excesos de las autonomías. Pero esto es una coña marinera si lo comparamos con los aliados de Sánchez, cuyo marco de juego se encuentra claramente fuera de la Constitución española. Sergi Aragonés, presidente de Cataluña, ha propuesto un frente amplio independentista de la derecha y la izquierda catalana partidarios de la secesión. Y de Bildu ya ni hablemos.

La victoria del PP en las autonómicas ha producido una sacudida en la izquierda. El lenguaje regresa a las trincheras de las descalificaciones más virulentas. La izquierda está creando un frente popular. La derecha es una fuerza reaccionaria. Ante la amenaza de perder el poder, una parte de la política amenaza con romper la baraja. Y el PP y el PSOE, llamados a ser las grandes fuerzas que den estabilidad al país, se vuelven permeables a las infecciones del populismo, aunque hayan comprobado, con Podemos o Ciudadanos, la corta vida de los oportunismos.

La vieja guardia del PSOE sabe que nada dura eternamente. Cuando la ola de Pedro Sánchez se retire –y julio es un mes de grandes mareas– en la playa del socialismo español se borrarán, como si nunca hubieran estado, las huellas del desastre que ha desnaturalizado la fuerza socialdemócrata moderada que construyó esta democracia. Por eso Felipe González es hoy quien es. Y Zapatero quien no es. La historia no sabe perdonar.

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