Opinión | La opinión del experto

Martín Caicoya

El chiste de Will Rogers y nosotros

El chiste de Will Rogers y nosotros

El chiste de Will Rogers y nosotros / E. D.

La primera vez que oí hablar de Will Rogers fue en el seminario de cáncer de la Universidad de Columbia. Todos lo conocían porque fue un cómico muy popular que además hacía películas. En uno de sus chistes más conocidos decía que cuando los habitantes de Oklahoma emigraron a California, elevaron la inteligencia en ambos Estados. Los explicaba porque de Oklahoma emigraban a California los menos inteligentes, pero allí resultaba que estaban entre los más listos. Él era de Oklahoma. Se emplea para describir cómo, con un mejor diagnóstico, los cánceres que antes se creía leves se clasifican como más graves.

En España hubo grandes movimientos de mano de obra no especializada desde las zonas más pobres a las más industrializadas. En Cataluña a esos trabajadores se los llamó charnegos, un apodo despectivo que los separaba de los indígenas. En el País Vasco, maquetos. En Asturias, coreanos porque llegaron para construir y trabajar en Ensidesa, cuando EEUU se había involucrado en la guerra de Corea. También por su piel, más oscura, o así la veían. Inmigrantes que contribuyeron al desarrollo de las regiones de acogida a la vez que mejoraban su nivel de vida y las oportunidades para sus hijos. En una España con pocas universidades y pocos universitarios, el efecto de la emigración de titulados universitarios desde las provincias a las metrópolis no tenía apenas impacto.

Las cosas han cambiado tal como pude ver en una tesis recientemente. El autor examinó los microdatos del INE y calculó el flujo de emigración entre regiones por profesión y clase social. Las más pobres siguen siendo aportadoras netas de población a las metrópolis. Pero ahora principalmente de universitarios. Son regiones que cuentan con universidad, que invierten en la formación de jóvenes destinados a emigrar. Will Rogers revisitado.

Quizá las cosas estén cambiando. Varios factores lo predicen. Por un lado, el encarecimiento del coste de vida en esas ciudades absorbentes. En la segunda mitad del siglo pasado el coste de la vivienda en ciudades que ahora drenan talento, como Madrid, apenas se diferenciaba del de las ciudades del norte de España. Ahora puede multiplicarse por dos o tres. También la cesta de la compra se encareció. Son ciudades con muchas oportunidades de trabajo, ocio y cultura, pero vivir en ellas que puede ser inasumible para salarios medios. En esas circunstancias, tener hijos es una quimera. Y necesitamos romper esa tendencia suicida hacia la natalidad cero.

Las cosas pueden estar cambiando porque en EE.UU ya lo están. Durante los últimos 50 años las ciudades costeras, las más atractivas para los ambiciosos americanos, estaban expulsando a las clases menos favorecidas, incapaces de vivir en un medio cada vez más caro mientras sus salarios de trabajador poco o nada cualificado no mejoraba. A la vez, se acumulaba el talento en Seattle, en Nueva York, en Boston y creaban un estilo de vida que se imitaba en todo el mundo: mucho trabajo, mucho atrevimiento, mucho deporte, mucho yoga y meditación. Ese coste de vida y esa presión a la que están sometidos, empezó hace años a hacer mella y el saldo migratorio se revertió. Cada vez más universitarios emigran y su salida no compensa ya la entrada de los que aún esperan que sea su Shangri-la. Una tendencia que se aceleró con la pandemia y el entronizamiento del teletrabajo.

Es posible que este fenómeno se produzca algún día en España. Sería una oportunidad para las regiones que alimentan con sus profesionales esos atractores nacionales. Les toca a ellas drenar los recursos robados. Su reto, para los próximos años, ofrecer a los profesionales más de lo que pierden al dejar la metrópoli. En primer lugar, una vivienda de calidad y asequible en un entorno socio cultural atractivo. Una sanidad y educación excelentes son importantes por dos razones: son servicios básicos que se valoran mucho a la hora de elegir lugar de residencia y un hospital o una universidad puntera atraen a los mejores profesionales que influirán sobre el ambiente social y cultural. Hacer los hospitales y universidades públicas excelentes es un reto para los políticos a la hora de asignar presupuestos y prioridades y para los administradores que tiene que navegar por el mal de los sargazos de las normas que impiden una gestión ágil y eficaz. También son importantes las comunicaciones electrónicas y físicas. Otro reto para la política. Pero cuidado: tampoco sería bueno retener a los jóvenes que se forman en esos centros, ahora excelentes. Lo ideal sería que busquen desarrollarse en otros horizontes. Otros vendrán.

Como he dicho, ahora es más importante la emigración de profesionales universitarios. No quiere decir que el empobrecimiento de otras profesiones no dañe y que también haya que hacerse atractivo para ellos. España, un país con una maravillosa diversidad paisajística, climática y socio cultural, tiene muchas regiones con la capacidad de cumplir con los requisitos para la inmigración del talento. Hacerlo depende un poco de todos, más de los políticos y administradores.

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