Opinión

La santería en la pintura de Antonio Padrón

A poco que callejeemos el centro de Gáldar surge ante nuestros ojos un inmueble que alberga la Casa-Museo Antonio Padrón, centro museístico de titularidad pública dependiente de la Consejería de Cultura, Patrimonio Histórico y Museos del Cabildo de Gran Canaria, que acoge obras de pintura y escultura del artista grancanario Antonio Padrón, nacido en Gáldar en 1920, octavo de nueve hijos del matrimonio de José Padrón Mauricio y Josefa Rodríguez Ruiz.

Fue el 6 de mayo de 1933 cuando su tía Dolores Rodríguez Ruiz solicita permiso al Ayuntamiento de Gáldar para la construcción de una casa de dos plantas en la calle Capitán Quesada con el fin de acoger la obra de Antonio Padrón según un complejo proyecto de Miguel Martín Fernández de la Torre, participando el estudio de Richard Van Oppel en el diseño de su decoración y mobiliario, lo que posibilitó que la obra de Antonio Padrón pudiera reunirse tras su fallecimiento.

La vida de Antonio Padrón no fue fácil, todo lo contrario, muy trágica, y de hecho su padre fallece en agosto de 1928 y su madre en diciembre de 1929, con lo que, junto con su hermana Carmen, viven con su familia materna y estudia en el Instituto Pérez Galdós de Las Palmas, y como casi todos los jóvenes de aquella época, su vida se ve truncada por la Guerra Civil, que lo moviliza en 1938 y lo mantiene obligatoriamente militarizado hasta 1945, siete años en total, lo que no le impidió, afortunadamente, cierta dedicación a la pintura y la música, gracias a lo que durante el curso 1942-1943 aprueba el examen de ingreso en la Real Academia de Bellas Artes de San Fernando en Madrid, y en 1949 consigue el título de profesor de Dibujo, permaneciendo en Madrid hasta 1951, en que se establece definitivamente en Gran Canaria.

Mientras sus relaciones sociales eran discretas y su comportamiento esquivo, tímido y asustadizo, sin embargo su actividad pictórica fue muy abundante, caracterizándose por un intenso colorido expresionista, participando en una exposición colectiva en Santa María de Guía, y, alejado del bullicio intelectual grancanario, presenta en 1954 en el Museo Canario su primera exposición individual, luego dos individuales más, la última en 1965 en la Casa Colón, realiza piezas de barro cocido, y en 1968 fallece en Gáldar con solo 48 años.

Parte de su obra, unas veinte pinturas y esculturas realizadas entre 1954 y 1968, las he contemplado en la Fundación Cristino de Vera de la calle San Agustín de La Laguna (disponible hasta el 27 de julio), y en ellas refleja la vida rural y el indigenismo de su tierra natal, llamando poderosamente la atención el color como elemento expresivo de los ritos de la santería, vertiente afrocubana de la brujería, creencia religiosa arraigada en Cuba y Canarias, que tanto embaucó a Antonio Padrón que la plasma en su obra, lo mismo que también, aunque más discretamente, el vudú, destacando el gallo como animal que simboliza la fecundidad, la abundancia, el hechizo y la adivinación, práctica esta que tanto identifica a la santería, y por la que cierta población canaria siente tanto interés que desde Cuba y Miami se trasladan santeros a Canarias para bautizar a los iniciados, y viceversa, y no movidos solo por motivos religiosos, también porque, según y cómo, la práctica de la santería puede generar interesantes ingresos económicos.

El color del gallo resulta fundamental en la pintura que Antonio Padrón dedica a la santería, y el negro, por ejemplo, es el de la mala suerte y la muerte, que el pardo puede evitar, mientras el naranja simboliza el triunfo, el azul la tranquilidad, y con el poder que da la baraja, las echadoras de cartas adivinan el futuro, quizá principal motivo por el que se acude a ellas.

El sacrificio de animales, entre ellos el del gallo, lo recoge Padrón en su pintura en una época que no suponía ningún problema, pero hoy en día, aunque acompañado de cánticos, rituales, rezos y bailes, podría generar alguna colisión con la legislación de la protección animal.

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