Opinión | Observatorio

José María Ruilópez

¿Somos racistas?

Vinicius Junior

Vinicius Junior / Alberto Gardin/Zuma Press Wire/D / Dpa

Por ser poco futbolero, a mí, al leer el nombre Vinicius, me viene a la cabeza Vinicius de Moraes, poeta y cantante brasileño que no se puede separar de la Garota de Ipanema, la chica de Ipanema, una bossa nova con letra de Vinicius y música de Antônio Carlos Jobim, cuyos compases son como un vibrador de clínica de rehabilitación que pone todos los músculos a trabajar como si el cuerpo fuera una sola pieza elástica y sensual imparable.

Pero la realidad es otra. Vinicius es un futbolista brasileño que juega en el Real Madrid, que se cuela por la banda con la habilidad del conejo que huye hacia la madriguera, y que luego saca la cabeza y se jacta de su hazaña, de su gol o de su pase perfecto, lo mismo que hacía Cristiano, mostrando su poderío esbelto y triunfador. Pero el problema, por decirlo así, es que el gran Vinicius es negro. Y eso concita repudio entre racistas o xenófobos o como se les quiera llamar. Si en vez de negro fuera blanco, sospecho que a ninguno de los aficionados contrarios se les ocurriría llamarlo feo, o manos cuadradas, o uñas largas, algo así poco usual. Porque el insulto también tiene su jerga entre literaria y faltona. Pero cuando insultas a un negro la carga explosiva es doble: por el insulto en sí, y por llamar negro a quien lo es, pero de modo despectivo, «comparándolo con un mono», mientras el insultado imita las posturas clásicas del simio. Está claro que Vinicius tiene un impulso radical que tanto le sirve para desbordar la defensa contraria como para mofarse de sus propias vejaciones.

El caso es que la palabra racismo se derramó sobre toda España como un jarro de gasolina que incendió al país, especialmente a las directivas del fútbol nacional, hasta llegar al propio presidente de Brasil, Lula da Silva, y la intervención del presidente español, Pedro Sánchez, y la candidata del PP a la Comunidad de Madrid, Isabel Díaz Ayuso. Porque no solo fueron palabras ofensivas contra este jugador, sino que apareció un muñeco con su figura ahorcado con una cuerda colgando de un puente, que ocasionó la detención de cuatro individuos por la Guardia Civil.

Cuando me hago esa pregunta en el título recuerdo un chiste, que como breve obra teatral que es, lleva una enseñanza, y que habla de una persona que fue a Nueva York, y le preguntan: qué fue lo que más te gustó, y responde, pues los rascacielos y hay museos extraordinarios… Y lo que menos te gustó, y responde, que allí la gente es muy racista, y luego vas por la calle, y todos son negros. Así funciona el subconsciente. El interpelado del chiste seguro que se declara antirracista total, pero hay un fondo humano de rechazo a lo desconocido. Es un temor a perder lo que se tiene, incluso la propia vida. Leí en una ocasión que en una aldea remota de un país africano los nativos negros escapaban de los blancos que aparecieron por allí porque veían en ellos el fin de sus vidas, un racismo a la inversa, en este caso, basado en el terror ante un posible enemigo capaz de acabar con todo un poblado nativo.

Algunos lectores recordarán la película Adivina quien viene esta noche, del director estadounidense Stanley Kramer, y escrita por William Rose, donde la jovencita blanca Katharine Houghton, hija de Spencer Tracy y Katharine Hepburn, se enamora del médico negro Sidney Poitier. Eran los años sesenta, cuando estaba prohibido el matrimonio interracial en muchos estados, y la sociedad americana luchaba por los derechos civiles.

Han pasado más de 50 años de aquella película y aquella situación, pero en los Estados Unidos todavía el negro es tiroteado en la calle antes de preguntarle qué era lo que iba a sacar del bolsillo de la chaqueta. Aquí eso se ha trasladado al espectáculo de masas llamado fútbol. Donde parece que hay una especie de tradición donde con la entrada no solo adquieres un espacio para ver el partido, sino una licencia para insultar.

Hace años, un colega laboral de Madrid fue con otro compañero a un estadio y nada más salir el árbitro empezó a recordarle a su madre en el modo que ustedes imaginan. Hoy parece que sería impensable, pero a la vista del caso Vinicius estamos donde estábamos. La masa se escuda en ella misma, y el racismo humilla al jugador, aunque hay que destacar el apoyo de sus colegas de profesión incluidos los de equipos rivales. Hablan de aplicar el protocolo, que es como decir que siga la bola. Porque el respeto a una persona está por encima de la profesión, del color de la piel o de su forma de pensar.

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