Opinión
Cuando fui negro
Yo una vez fui negro. Durante un par de semanas. Quince días que me sirvieron para entender muchas cosas, para darme cuenta de que basta ir unos kilómetros al norte para saber qué se siente cuando eres el distinto.
Yo ya había visto con vergüenza y con indignación cómo a mi sobrina se le pegaban los de seguridad de algunas tiendas nada más entrar en ellas. Mi sobrina es gitana y su color de piel, su pelo, al parecer, son una señal de alarma. Es atravesar el umbral y ya está alguien con los ojos fijos en ella. En ella, nada más que en ella. Mi sobrino, su marido, es rubio, muy rubio, tiene los ojos verdes y mide un metro ochenta y cinco. Es frecuente que la gente por la calle le hable directamente en inglés o en alemán. Él se ríe cuando le pasan esas cosas y responde con sus acentuados rasgos dialectales (se crio en Granada y se le nota al hablar, esas tan características vocales abiertas al final de las palabras para marcar el plural). Su mujer también se toma con humor las situaciones que vive constantemente, y cuando los de seguridad empiezan a seguirla siempre dice: «Acabo de entrar, todavía no me ha dado tiempo a robar nada».
Como iba diciendo, yo viví eso en carne propia. Debió ser en el invierno de 2006. Un grupo de gente del sur fuimos a Rusia en un viaje que mezclaba contactos políticos y comerciales. Yo iba en calidad de periodista. Cuando disponíamos de tiempo libre, como en la calle hacía cuarenta grados bajo cero (fue, nos dijeron, el invierno más frío en los últimos ochenta años), nos metíamos en las tiendas para matar el rato y entrar en calor. Y se nos pegaban los vigilantes nada más entrar. Después de comprobar que eso nos ocurría siempre, le pregunté a la guía que nos acompañaba y nos servía de intérprete, y entonces me explicó que nuestra piel era «demasiado oscura». Y yo que me veía tan blanquito… Pero no. Tan oscuro debía parecerles que no hubo un control en el aeropuerto en el que no me cachearan, incluyendo una amabilísima invitación a entrar en una cabina donde me escanearon de pies a cabeza.
Me he acordado de estas cosas en estos días en que nos hemos estado preguntando si España es racista, una pregunta absurda. Racistas hay por todas partes, incluso en los grupos étnicos que sufren racismo. No es una cuestión de mayorías contra minorías, es una cuestión de miedo y odio al diferente. En los años sesenta del siglo pasado se hizo un experimento. De una camada de pollitos extrajeron uno, lo pintaron de verde y lo volvieron a juntar con sus hermanos, que lo mataron a picotazos.
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