Opinión

Tenemos un problema

Rubiales: "Tenemos un problema en nuestro país, lo primero es reconocerlo"

Rubiales: "Tenemos un problema en nuestro país, lo primero es reconocerlo"

Efectivamente y se llama Rubiales, tan mediocre como futbolista como dirigente; un listo de pueblo que, en este país nuestro de los pícaros y los milagros, llegó a la presidencia de la Federación Española de Fútbol y, por la regla del corcho –que flota en toda clase de fluidos– ahí sigue, para asombro, cabreo y vergüenza de la mayoría sensata de un país estigmatizado como racista después de un escándalo del que es el principal, aunque no el único, responsable.

Es responsable de perpetuar con su firma y con su sello los malos modos de su promotor –el condenado Villar–, que lo eligió y protegió como candidato y al que traicionó cuando cayó en desgracia; es responsable de mantener intactos, pero a su conveniencia, los problemas y vicios que arrastraba la institución; y tiene, como único logro en su haber, la venta de la Supercopa de España a Arabia Saudí, con beneficios no demasiado explicados para el deporte español pero con una sustanciosa comisión para su amigo Gerard Piqué –cuatro millones de euros por el morro– por los misteriosos servicios de una empresa de Geri, como llama a su íntimo amigo.

Rubiales en primera instancia y Tebas, presidente de LaLiga que presume sin recato de su ideología de ultraderecha, no pueden seguir al frente de una actividad que mueve millones de euros y, lo que es más precioso, millones de pasiones ciudadanas del Finisterre a La Graciosa; la trayectoria de ambos les desacredita para ejercer esas altas responsabilidades.

Como remate de una persecución continua a Vinicius Jr –acaso el mejor futbolista del mundo– mostrada durante dos temporadas en varios estadios españoles y consentida por los árbitros que, como con Villar, son el brazo armado y la clave del poder del tuercebotas, el estadio de Mestalla fue el escenario de una exhibición de racismo sin cuestión; una agresión verbal y sonora censurada en todo el mundo y provocada por unos fanáticos irresponsables, consentida y agravada por un árbitro incompetente, cobarde y mentiroso llamado de Burgos Bengoechea, un resto de la herencia del Negreiragate o Barçagate, a gusto del consumidor, que con otros nombres y apellidos sostiene el ínclito Rubiales.

El afectado trencillas tuvo en sus manos y en su pito la suspensión de un cobarde y bochornoso espectáculo de una turba de indeseables desatada en insultos racistas contra un futbolista negro y excelso. No era cuestión de una exigua minoría, como se apresuran a decir jugadores valencianos, directivos y políticos aprovechados; ni tampoco hubo un único insultador como escribió en el acta, el mentiroso colegiado; no era todo el estadio, los cuarenta y seis mil espectadores, pero tampoco un grupúsculo para meter en cuatro guaguas; y, además, el grueso de la afición tampoco afeó el comportamiento vil y cobarde de los deslenguados. La expulsión de Vinicius, acaso el mejor jugador del mundo, agarrado por el cuello y agredido en masa fue el epílogo miserable del tal Burgos, un personaje sin profesión que se lleva por su pésimo trabajo trescientos mil euros al año y, naturalmente, responde a las órdenes de sus jefes.

Ahora nos sale la vergüenza patria y hasta el ineficaz y cobarde Rubiales o el aprovechado Tebas al que sólo le preocupan sus holgados emolumentos y sus simpatías políticas saltan al ruedo con excusas de porquero, cuando España y el fútbol español están en el ojo del huracán y con el tilde del racismo en todo el mundo y cuando la fuerza de las imágenes desmonta los argumentos de dos irresponsables aprovechados con excesivo poder.

Tenemos el problema de Rubiales, que, ante el mayor escándalo del fútbol mundial, escurre el bulto y espera a la justicia y que tiene, entre sus lacayos y esbirros de confianza, a personajes como Medina Cantalejo, una nulidad en el campo y una autoridad de coña, al frente del pésimo estamento arbitral, y, como responsable del Var, a Clos Gómez, un acreditado ignorante ascendido por el corrupto Villar a la categoría internacional pero al que ni la UEFA ni la FIFA permitieron arbitrar en un solo partido.

Si Burgos Benghoechea hubiera parado el partido –como era su deber ante los reiterados y coreados insultos raciales– nos hubiéramos ahorrado la vergüenza que ahora soportamos y que rebasó los círculos deportivos a tal punto que llegó hasta la misma reunión del G-7 y encabezó periódicos y abrió noticiarios audiovisuales en todo el mundo. Si Rubiales no hubiera adoptado como propia la corrupción heredada, no nos hubieran recordado en los medios exteriores que, en España, existe una media de denuncias de racismo que superan los quinientos casos anuales.

Tenemos un problema pluralizado: Rubiales, Tebas, el chico del pito – Bengoechea y toda su cuerda de mangantes – que seguro que no actúa por cuenta propia y que redacta actas y luego, por «errores informáticos», las corrige. Todos ellos tienen un saco de boxeo en el corrupto Negreira, al que acusan de todos los males; incluso ahora pueden sumar al encausado y fallecido y Arminio; algún día, no lo duden, sabremos que además de instrumento de gimnasio, era también un espejo que revela mañas similares e igualmente censurables que atentan contra la sana pasión de los domingos.

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