Opinión

Un FBI que no está ya, si alguna vez lo estuvo, por encima de toda sospecha

Archivo - El expresidente de Estados Unidos Donald Trump

Archivo - El expresidente de Estados Unidos Donald Trump / Bernd von Jutrczenka/dpa - Archivo

Gran decepción para los demócratas estadounidenses: el FBI incumplió su «misión de estricta fidelidad a la ley» al decidir en 2016 investigar la presunta connivencia con el Kremlin del entonces candidato republicano a la Casa Blanca Donald Trump.

Había en la Oficina de Investigación Federal de EEUU gente «predispuesta» a lanzar esa investigación pese a la insuficiencia de las pruebas existentes y con el único objetivo de favorecer la candidatura rival de la demócrata Hillary Clinton.

Son ésas algunas de las conclusiones del informe de más de trescientas páginas elaborado durante casi tres años por el fiscal especial del Departamento de Justicia de Washington, John Durham.

Ya en su día, el presidente Trump y su equipo pronosticaron que quienes habían decidido investigarlos acabarían ellos mismos investigados, que es lo que finalmente ha ocurrido.

No había en efecto base alguna, según ahora se reconoce, para investigar a Trump, y todo se decidió supuestamente en una reunión mantenida en la Casa Blanca por un reducido grupo del que formaban parte el presidente Obama, el entonces vicepresidente Joe Biden y la secretaria de Estado, Hillary Clinton.

El informe Durham, publicado ahora en Washington, acusa al FBI de haber utilizado para sus pesquisas en torno a Trump «datos de los servicios de inteligencia en bruto, sin analizar ni confirmar» debidamente.

Es decir, que el FBI llevó a cabo una investigación chapucera además de torticera al servicio del Partido Demócrata, cuya dirección ya se encargó también en su día de poner trabas a la candidatura de otro rival, esta vez interno, de Clinton: el autoproclamado socialista Bernie Sanders.

Hillary Clinton, la candidata favorita de Wall Street, de Hollywood y del Silicon Valley, lo tuvo siempre difícil con el votante norteamericano medio, el que nunca ha salido del país y no quiere saber nada, por ejemplo, de la «cultura woke» (1).

Incluso llegó en cierta ocasión la entonces candidata a la Casa Blanca a descalificar a quienes se decantaban por Trump como «un saco de deplorables».

Gentes que se caracterizaban, según explicó ella misma en una reunión con donantes del Partido Demócrata, por sus puntos de vista «racistas, sexistas, homófobos e islamófobos», lo que le valió la acusación inmediata de que despreciaba a la gente normal.

Muchos de los investigados y ahora exonerados como el propio Trump se quejan, sin embargo, de que el fiscal especial se haya limitado a señalar los fallos cometidos por el FBI, pero sin imputar a ninguno de los responsables por ese asunto como hicieron en su día con ellos.

El Departamento de Justicia y los órganos de él dependientes siguen utilizando distinta vara de medir, denuncia, por ejemplo, el lobista Roger Stone, personaje más bien turbio a quien se acusó de colaboración con el fundador de Wikileaks, Julian Assange, para desacreditar a Hillary Clinton.

Stone fue encarcelado en su día y luego indultado por el entonces presidente Trump.

La publicación del informe Durham es en cualquier caso una buena noticia para el político republicano, cuya popularidad se ha disparado últimamente en las encuestas sobre todo después de una sonada entrevista con la CNN, que le había rehuido hasta ahora.

Cuando la entrevistadora de esa emisora abiertamente prodemócrata le preguntó quién prefería que ganara la guerra de Ucrania, si el país invadido o el invasor, Trump evitó dar una respuesta directa pese a la insistencia de la periodista y dijo que él no se lo plantea en esos términos.

Ególatra como nadie, Trump repitió entonces lo que no se cansa de decir: en el caso de ganar el próximo año las elecciones a la Casa Blanca, acabará «en veinticuatro horas» con la guerra de Ucrania, que, según él, sólo está sirviendo para que muera gente. Es lo que muchos en el campo contrario al parecer no quieren escuchar.

(1) «Woke», término sinónimo de políticas liberales que defienden, entre otras cosas, la equidad racial, el movimiento LGBT o el uso de pronombres neutros para las identidades no binarias, y que los conservadores de ese y otros países consideran una amenaza para los «valores de la familia».

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