Opinión | LA VIDA PERIODÍSTICA Y LA VIDA

Muerte de un periodista

Guillermo García-Alcalde

Guillermo García-Alcalde

La última vez que hablé largo con Guillermo García-Alcalde fue sobre periodismo. Él estaba en Las Palmas de Gran Canaria y yo, que estaba en Madrid, acababa de tener una ocurrencia. Tenía que ver con la historia reciente de las islas, y mi idea rondaba en torno a las dificultades que seguía habiendo para que éstas se entendieran mejor o, simplemente, se entendieran. Él me dejó hablar largo rato, como si le diera liña a la cometa, que debe ser un dicho de mi barrio, y después me expresó sus teorías, que desmentían mis planteamientos, uno a uno. Su sensatez, que era no sólo periodística, sino civil, saltó varios peldaños sobre mis argumentos, así que lo que yo le había planteado se fue (esto es también puramente canario) esgorrifando hasta quedarse en nada.

Otra vez fui a verle a Las Palmas, cuando él ya estaba peor de salud. Él debió entender que lo que yo le iba a plantear, una cuestión que Guillermo desconocía, merecía dejar la casa y el confort que necesitaba para aliviar su padecimiento, y vino hasta la plaza del Gabinete Literario, a la terraza del hotel Madrid, donde paró Franco hace tantos años. Allí llegó, ya mermado de sus facultades motrices, pero como siempre perfecto de cabeza y de alegría, y en dos patadas, algo que también decimos nosotros, analizó lo que yo tenía que consultarle, así que nos quedamos un rato para volver sobre el asunto que más nos juntó: el periodismo.

Era claro de mente, y de sintaxis. Su pasión musical, que ejerció en todos los aspectos de la trama de esa bellísima dedicación, le sirvió no sólo para el alma sino para la práctica de su otro oficio mayor, la escritura. Quien relea ahora los editoriales que escribió para este grupo, los artículos periodísticos o las rememoraciones que hizo de amigos que le precedieron en el deber ominoso de la muerte, hallará un especial gusto por la música que él impuso a las palabras.

Tuvo que analizar, por ejemplo, con enorme responsabilidad, el porvenir de las islas cuando éstas, como decía en momentos similares el inolvidable escritor gallego Carlos Casares, se debatían entre «colonia o champú», y contrastó, con enorme sentido común, y patriótico, con algunas alharacas que hicieron penosa la discusión (periodística y política) acerca del porvenir del Archipiélago.

En todas esas circunstancias no era sólo un periodista, siendo esto muy relevante en Canarias y en cualquier sitio, sino un maestro civil, preocupado, y ocupado, más de las ideas que convenían a su país, y a su tierra, que de las ocurrencias propias o ajenas. Era, por eso, un hombre altamente respetado fuera del ámbito estricto de las redacciones, de las suyas y de las ajenas. Porque se hizo periodista en una época en que la información, y no la mera opinión, que es periodismo a medias, era esencial para analizar lo que pasaba. Lo que había pasado y lo que pasaba. Y, además, lo que se planteaba como discusión sobre el porvenir.

Fue decisivo para limar la época en que la desunión de las islas sustituyó a un tiempo en que la prensa del archipiélago entendió como posible una alianza que abarcara la preocupación del oficio por conjuntar las islas. Esta Casa contribuyó de manera decisiva a que remitiera aquella locura insolidaria expresada torpemente para desunir el Archipiélago. En ese plano la figura de Guillermo, sus editoriales, incluso la noticia de su presencia humana, que nos obligaba a los isleños a esperar qué nos dijera para saber de qué lado estaba la sensatez, propició una época en la que, por fin, hablar de islas era referirse al porvenir de todas ellas juntas.

Esos episodios en los que él fue decisivo contaron con cómplices públicos, cuyos nombres propios se encierran, por ejemplo, en el de Jerónimo Saavedra. Igual que Guillermo García-Alcalde fue siempre más allá del periodismo, Saavedra siempre ha sido más que un político. Preocupados ambos por esa tela de araña que no sería nada si no tuviera objetivo, el objetivo de unir al Archipiélago, su presencia común, su amistad, su propia manera de entender la unión, detuvo locuras que ahora ya son parte de la prehistoria.

El recuerdo forma parte del futuro, pues sin lo que supimos gracias a los otros es imposible afrontar el porvenir. La presencia periodística, y rabiosamente humana, comprometida, de Guillermo García-Alcalde ha sido decisiva en la vida de muchos de nosotros. Por múltiples razones, que aquí quedan esbozadas también desde el punto de vista personal. Pero, en lo colectivo, en lo que significó él como periodista, como ciudadano, muchos seguramente tendrán recuerdos parecidos, ejemplos similares, a los que aquí vienen de mi memoria al papel. Para este periodista al que él llevaba menos años que experiencia, y muchas otras virtudes que regaló sin mezquindad, y bien que soportó mezquindad en las esquinas malvadas de la vida, Guillermo García-Alcalde fue sobre todo un ser humano que enseñó alrededor la virtud más sólida del oficio principal de su vida: la verdad hay que buscarla con otros, gritarla es una manera de romperla. Él hizo del silencio y la reflexión un modo de juntar una región a la que él dio lecciones de la ética que obliga al periodista a ser más que un simple profesional. Deja atrás una lección aún mayor, la de la bondad con la que regaló su compromiso con la sensatez y con la alegría.

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