Opinión | Un carrusel vacío

Marina Casado

Defensa del villano

Defensa del villano

Defensa del villano

Estoy volviendo a ver una serie de los cincuenta que descubrí en mi adolescencia –la emitían en Telecinco los fines de semana– y, desde entonces, se convirtió en mi favorita, en un lugar al que regresar siempre. Me refiero a El Zorro de Walt Disney, protagonizada por Guy Williams, que nunca conoció un papel tan exitoso como aquel en el que encarnó a Diego de la Vega, frívolo aristócrata por el día y justiciero enmascarado por la noche. Cómo no recordarlo en su hermoso caballo negro, Tornado, cabalgando por las áridas tierras de aquella California que todavía pertenecía a España. Ni Douglas Fairbanks, ni Tyrone Power, ni mucho menos Antonio Banderas lograron, como él, convertirse en el Zorro más icónico y recordado en la memoria colectiva, de entre todas las adaptaciones cinematográficas y televisivas que se han hecho del célebre personaje creado por Johnston McCulley en 1919.

Sin embargo, mi personaje favorito de la serie no es El Zorro, sino su primer y definitivo adversario: el capitán Enrique Sánchez Monastario, tiránico comandante del pueblo de Los Ángeles encarnado por Britt Lomond. Elegante, maquiavélico, irritable e inteligente, era un auténtico galán de ojos azules, tan apuesto como ambicioso, con una meta: convertirse en el hombre más rico de toda California. Y El Zorro, por supuesto, fue su gran obstáculo. Las escenas de duelos entre ambos resultan magníficas, porque Lomond era esgrimista profesional. Lo cierto es que Monastario llegó a ser más popular que el propio Zorro y a recibir más cartas de fans, lo cual hizo que Walt Disney tomara la absurda y errada decisión de despedirlo, por robarle el protagonismo al verdadero protagonista. Así pues, solo lo podemos ver en los primeros trece capítulos de la serie, sin duda los mejores.

Este es uno de esos casos en los que el villano resulta más sugerente que el héroe. Los cientos de autores de las cartas que condenaron a Lomond y yo misma podemos corroborarlo. Pero no es el único ejemplo. Hablando desde mi perspectiva, recuerdo otra serie que veía de niña, también de Disney: Gárgolas. Se trataba de una serie más madura que las habituales de animación, con una mayor profundidad psicológica y evolución de los personajes, y tintes históricos y literarios. Unas gárgolas de la Edad Media despertaban en la Nueva York contemporánea y debían enfrentarse a un villano: David Xanatos, ambicioso e inteligente millonario que sólo buscaba su beneficio personal. Se convirtió en mi personaje favorito, junto a Démona, la gárgola malvada. En la adaptación de animación de Disney de El jorobado de Notre Dame, el perverso Juez Frollo me parecía el más interesante, y a Scar, de El Rey León, solo podía superarlo Mufasa –y en gran parte, creo que por el doblaje del gran Constantino Romero…

Con estos ejemplos pretendo demostrar que, desde mi infancia, siempre he sentido predilección por los villanos, pero mi caso no es especial. Numerosos estudios psicológicos lo revelan. Mientras que los héroes suelen ser un dechado de virtudes y un ejemplo a seguir, cierto tipo de antagonistas, los inteligentes, poseen, por lo general, más complejidad psicológica, una historia personal que los ha llevado a ser malvados y, sobre todo, un margen de misterio que no tienen los “buenos”. Los villanos son un enigma, en gran parte. La idea de no conocer esa historia anterior nos fascina y, de hecho, en los últimos años se ha producido una explosión de producciones cinematográficas y televisivas en las que se profundiza en ellos, desde Maléfica, de La Bella Durmiente, o Cruella De Vil, de 101 dálmatas, hasta el Joker o Harley Quinn, de Batman.

Cómo no van a fascinarnos personajes como Darth Vader, de Star Wars; Javert, de Los miserables; Alex DeLarge, de La naranja mecánica o Long John Silver, de La isla del tesoro. Este último, además, posee un “lado amable” que, en mi opinión, es clave a la hora de seducirnos. Porque cuando nos encanta un villano, inconscientemente queremos “volverlo bueno”, descubrir esa parte sensible, aunque nada indique que realmente la tenga. La inventamos, si hace falta. Y si finalmente se revela, el deslumbramiento no tiene vuelta atrás. Un ejemplo paradigmático sería Severus Snape, de Harry Potter, que parece “malo” durante toda la saga, hasta que al final descubrimos que, en realidad, iba con los “buenos”. Y que además toda su vida sufrió por un amor no correspondido al que, sin embargo, siempre se mantuvo fiel.

En conclusión: Walt Disney hizo muy mal eliminando al Capitán Monastario de la serie de El Zorro. Un villano carismático es siempre un seguro de éxito para cualquier obra de culto.

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