Opinión | Ver, oír y gritar

Marc Llorente

El día después del Primero de Mayo

Yolanda Díaz, en el acto del Primero de mayo.

Yolanda Díaz, en el acto del Primero de mayo. / EFE

Pese a las favorables circunstancias y a los positivos avances del paisaje laboral y social, que sería más feo para la mayoría con un gobierno conservador, siempre hay motivos de queja. Si a esto se le añade la conmemoración del Día Internacional de los Trabajadores en recuerdo de las protestas de 1886 acaecidas en Estados Unidos, en las que se demandaba la jornada de ocho horas diarias, es lógico que la gente y los sindicatos tomen las calles el Primero de Mayo con una celebración festiva y reivindicativa. Los saneados bolsillos de algunos contrastan con la precariedad de muchas familias y los perjuicios que esa situación conlleva en todos los aspectos.

Además de otros sindicatos minoritarios, se desfiló bajo el lema «Subir salarios, bajar precios y repartir beneficios», de Comisiones Obreras y UGT, ya que nunca es suficiente a pesar de la amplia tarea del Gobierno de coalición progresista, «el peor de la historia de España», a juicio de las fuerzas más reaccionarias. ¿Por qué será? Es preciso contener más los precios, una consecuencia de la inflación que se deriva de la guerra en Ucrania, descongelar sueldos y negociar convenios. O según entiende la ministra de Trabajo, Yolanda Díaz, reducir la jornada. Muchas empresas aumentan su rentabilidad mientras los empleados ven cómo lo hacen tranquilamente. Si la clase empresarial no negocia para que el trabajador recupere el poder de compra, crecerá el conflicto social.

No da igual que gobierne uno u otro y que los servicios públicos, como la educación y la sanidad, se transfieran al sector privado o no. Los conservadores pretenden bajar impuestos (a los de arriba sobre todo) y conseguir un déficit por debajo del 3 % con las tijeras en la mano. Los de enfrente siguen abogando por resolver las cosas de otra manera más justa en lo que cabe. Ahora bien, toca gestionar el día después de las manifestaciones. En el horizonte se vislumbra un problema que puede poner en jaque a estas políticas, y no me refiero solo al clásico peligro de que la derecha triunfe en las urnas, sino a que la Comisión Europea avisa a los socios del club que tendrán que apretarse el cinturón a partir de 2024, con lo que eso significa en cuanto a la ciudadanía se refiere. Así que a beber diferente tipo de alcohol y a ser «felices».

De tal modo, el Pacto de Estabilidad y Crecimiento, suspendido temporalmente a raíz de la crisis económica provocada por el coronavirus, volverá a hacer de las suyas para que los Estados miembros moderen el gasto público. El típico baile consiste en un paso adelante y dos pasos atrás. Y es que gobierne quien sea, las clases dominantes siempre ganan y quieren más y más. Para ellas, claro. Ya se sabe quién debe pagar los platos rotos. ¡Más austeridad a la vista con sus reglas fiscales! Recuerden la crisis iniciada en 2008 y las peliagudas derivaciones en tiempos de la presidencia de M. Rajoy.

Los fondos de recuperación europeos, administrados por Pedro Sánchez, y el pilar europeo de derechos sociales no van a dar la impresión de que nos sirvan para mucho. Si el PP, eso sí, tuviese la batuta en el Gobierno central, la población sufriría más aún. En cualquier caso, el neoliberalismo sigue su curso, y los cambios estructurales, golosinas aparte, continuarán sin producirse. Es decir, la voluntad política de las fuerzas conservadoras, gane o pierda en unas elecciones, tiene todas las de ganar. Solo les falta el refrendo de unos ciudadanos que, en esta ceremonia de la confusión, no saben bien lo que es votar a favor de sí mismos o contra sí mismos.

El objetivo va a ser evitar sanciones por parte de Bruselas, reduciendo notablemente la deuda pública y limitando el gasto presupuestario aunque los ingresos sean mayores o menores, lo cual quiere decir que las prestaciones sociales y los servicios públicos (de escasa calidad) se verán afectados. Las garras de las nuevas normas para el año que viene nos amenazan a la vez que dan rienda suelta a quienes ostentan poder en la sociedad. Esto tiene poca solución a no ser que el malabarismo funcione. A Núñez Feijóo no le haría ninguna falta. Sabe muy bien lo que tiene que hacer y deshacer.

Entre los perdedores habituales y los que doblegan al prójimo anda el juego. Nada nuevo bajo el sol, salvo cierta flexibilidad si se justifica por ser inversiones en transición energética o revolución digital. Todo sea por la sostenibilidad fiscal de los países, el crecimiento y no perjudicar la acción de invertir. ¡Palabra de la Comisión! Amén.

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