Opinión | Caleidoscopio

Médicos en retirada

Médicos en retirada

Médicos en retirada

Acabo de despedirme de mi médica de cabecera, o de Atención Primaria, como se les dice ahora, que se ha jubilado por la edad. Carmen Moliner –ese es su nombre– deja la profesión después de muchos años de dedicación a ella y lo hace con la conciencia del deber cumplido y el agradecimiento de sus pacientes, pero con la amargura de ver cómo se ha degradado la sanidad pública en estos últimos tiempos por el maltrato al que está siendo sometida por los poderes públicos, especialmente en comunidades autónomas donde el ultraliberalismo campa a sus anchas, como en Madrid. La sanidad pública que ella conoció y la que ahora malvive con recursos económicos y humanos más escasos cada vez nada tienen que ver, por desgracia para todos, sanitarios y pacientes. Pero es lo que la gente quiere, parece, o al menos una parte de ella, a la vista de los resultados electorales.

Muchos médicos en la situación de Carmen pondrían una placa en la puerta de su casa y se dedicarían al ejercicio de la profesión por su cuenta aprovechando la compatibilidad que permite el sistema. Pero Carmen, como tantos compañeros suyos, tiene una idea de la medicina que casa mal con ese propósito y se va a dedicar a vivir y a olvidarse poco a poco de los sinsabores que los últimos años de ejercicio de la profesión le han dejado, obligada a convivir con el estrés, la precariedad de tiempo para atender como se debería a los pacientes en las consultas y la falta de respeto a un cuerpo, el de los médicos, al que se ha demonizado políticamente acusándoles de hacer política cuando lo único que han hecho es defender la dignidad de su profesión y la viabilidad de un sistema, el de la sanidad pública española, que era la joya de la corona hasta que algunos gobiernos, por motivos ideológicos (y por intereses económicos espurios), lo han ido degradando poco a poco sin disimular siquiera. No es de extrañar que Carmen, llegada la jubilación, se vaya con cierta amargura y compadezca a los compañeros que se quedan.

Durante mucho tiempo en España todos los políticos, de izquierdas, de derechas o de centro, han presumido de nuestro sistema estatal de salud poniéndolo por encima de los de otros países europeos. Durante la pandemia de covid se habló mucho de ello y se ensalzó a nuestros sanitarios, a los que enseguida convertimos en los héroes del momento por su valentía y entrega en la lucha contra la enfermedad. Pero pasó la pandemia, nos olvidamos de nuestros héroes (muchos de los contratados de urgencia fueron despedidos) y de ahí se pasó, en el caso de algunas comunidades autónomas, a considerar a los médicos los responsables del mal estado de la sanidad pública, tachándolos hasta de vagos, cuando en la realidad son los primeros que sufren el deterioro de un sector que se desmantela voluntariamente para favorecer a las empresas privadas de sanidad, en manos de los correligionarios de esos gobiernos que dinamitan la pública con sus políticas. El problema es que sus usuarios les votan en un gran número, con lo que mal se pueden quejar después de que su médico no les dedique más tiempo, pues es del que dispone, o que ni siquiera los haya en muchos ambulatorios, sustituidos por enfermeros a falta de titulares, como sucede en Madrid. Por eso, como Carmen, son muchos los sanitarios que solo piensan en jubilarse e irse cuando empezaron con ilusión su trabajo cuando eran jóvenes convencidos de su necesidad para la salud física y mental de las personas y de la sociedad entera.

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