Opinión | Retiro lo escrito

Encuestas, mentiras y sed

Para no escribir sobre lo que debiera –los rematados idiotas que después de tantos años quieren deslegitimar una crítica política llamándola ataque personal, por poner un ejemplo al azar– están las encuestas. Ayer se presentó otra de una empresa demoscópica fundada y dirigida por un sociólogo que fue asesor de Pablo Casado, y del que sus propagandistas dicen que «acierta siempre». No, ningún servicio de demoscopia acierta siempre, aunque algunos no aciertan nunca. En general las encuestas electorales son aproximaciones más o menos rigurosas a la realidad: no hay ni habrá jamás métodos o herramientas técnicas para firmar una profecía. Uno de las claves exógenas de cualquier encuesta es quién la paga. Sobre la financiación de la encuesta presentada en un acto un poco chuchurrío corren rumores para todos los gustos y disgustos, aunque la mayoría de las lenguas viperinas señalan al Partido Popular. Personalmente, desde hace lustros, los empresarios demoscópicos me parecen comparables a los secuestradores de niños, porque arrastran a inocentes a un lugar desconocido. Pierre Bourdieu explicó inmejorablemente que la opinión pública –incluida, por supuesto, la opinión electoral– no existe. «Las encuestas de opinión son, en el estado actual, un instrumento de acción política; su función más importante consiste, quizás, en imponer la ilusión de que existe una opinión pública como sumatoria puramente aditiva de opiniones o la opinión media». En el ámbito específico de las encuestas electorales pasa lo mismo. Deducir que un país es mayoritariamente de derechas o de izquierdas, progresista o conservador, progubernamental o antigubernamental con base a una encuesta electoral es una sandez sin ninguna base empírica. Singularmente en un modelo posbipartidista es singularmente difícil pronosticar quién puede gobernar y, sobre todo, a qué pautas obedecerá ese hipotético gobierno coalicionado y cómo destruirá o prostituirá su propio programa. La encuesta electoral, que dice algo minúsculo y tartamudeante sobre el presente, resulta –también– un artefacto de propaganda electoral incluso cuando la voluntad de sus autores no participa en la misma. Irónicamente Bordieu recordaba la afirmación tronante de los emperadores, reyes y caudillos del pasado, «Dios está de nuestro lado», como el equivalente del contemporáneo «los votantes están de nuestra parte». Que un dirigente político muestre su discrepancia con la llamada opinión pública –no se diga la publicada– es actualmente inconcebible, y para encontrar una referencia no es necesario aludir a Macron, sino citar uno de sus antecesores, Charles de Gaulle, que anhelaba una reforma administrativa de las regiones francesas contra la mayoría de sus compatriotas, incluidos sus correligionarios. Pese al rechazo popular, el presidente de la República se empecinó en someter su reforma a referéndum, lo perdió y dimitió.

Los ciudadanos están hartos de encuestas, porque en las mismas no juegan un papel muy distinto al de cotorras más o menos amaestradas, más o menos predecibles. Leo los porcentajes y escaños y concejales y consejeros de la encuesta parida ayer entre canapés y encorbatados y pienso que ya pedimos otra cosa. Que se suspenda la campaña 24 horas y la media docena de candidatos a la Presidencia del Gobierno de Canarias viajen a Fuerteventura y firmen un documento de compromiso electoral que garantice su colaboración política para que los majoreros de toda la isla no pasen sed, puedan bañarse y preparar sus alimentos, no se vean obligados a comprar agua embotellada a precio de oro líquido. ¿Cómo es posible que en plena precampaña electoral Fuerteventura –como ha ocurrido repetidamente en los últimos años a causa de infraestructuras obsoletas– sufra una crisis de abastecimiento de agua que afecta a decenas de miles de personas y estos señores (y señora) continúen sus discursos, sus mítines, sus presentaciones sus proclamas y sus guachafitas sin inmutarse? ¿Cómo no van a concluir los ciudadanos isleños que la élite política tiene más respeto a las encuestas que a los electores?

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