Opinión | Un carrusel vacío

Marina Casado

Poesía a la sombra de la Alhambra

Decía Federico García Lorca que «la poesía no quiere adeptos, quiere amantes». Se puede aplicar a la literatura, en general. Por eso, aunque la semana pasada celebrábamos oficialmente el Día del libro, los verdaderos amantes lo homenajeamos cada día leyendo o escribiendo. O deseando recuperar el tiempo libre para poder hacerlo, como me ocurre en determinadas temporadas.

Hace también algo más de una semana concluyó el XIX Festival Internacional de Poesía de Granada, dirigido por los escritores Daniel Rodríguez Moya y Remedios Sánchez, y con un nutrido equipo de colaboradores que se esforzaron por que cada detalle estuviera en su lugar y todos los participantes y asistentes nos sintiéramos magníficamente acogidos, respirando poesía en cada átomo de aire. Federico se hubiera alegrado al ver tantos verdaderos «amantes» reunidos…

Remedios Sánchez, profesora de la Universidad de Granada, lo es, por supuesto. La conocí en el Ateneo de Madrid, donde presentó la Poesía completa de Mariluz Escribano Pueo que ha editado en Cátedra. Su estudio preliminar resulta imprescindible a la hora de descubrir a esta poeta tan fascinante como arrinconada por la crítica: una granadina, hija de profesores, cuya infancia transcurrió en las vicisitudes de la posguerra española, con un padre asesinado por sus ideas republicanas y una madre que procuró educarla con los valores de la tolerancia y la verdad, lejos del rencor, y que la enseñó a amar la cultura. Mariluz siempre marchó con la verdad por delante y ese hecho, junto al de ser mujer, hizo que no fuera tan reconocida como merecía en el mundillo literario de Granada. Su obra es un homenaje a la memoria y destaca por sus delicadas imágenes y una melancolía honda, atravesada por el recuerdo de su padre. Remedios Sánchez, que mantuvo con ella una gran amistad, le está devolviendo ahora el lugar que no se le reconoció en su época, y lo está haciendo con pasión, convicción y conocimiento de causa.

Entre otros interesantes actos, asistimos a un recital del poeta argentino Alejandro Roemmers –excelente sonetista– junto al ya consagrado Luis Alberto de Cuenca. El moderador fue Manuel Francisco Reina, quien recientemente ha obtenido uno de los más prestigiosos premios de poesía: el Gil de Biedma, con su libro Servido en frío (Visor, 2022). Además de escritor, crítico y dramaturgo, Manuel es otro amante de la poesía universal, alguien capaz de embelesar al auditorio con sus anécdotas y su cultura. Lo conocí gracias a un gran amigo común: el también escritor y profesor Jorge Pozo Soriano, que forma parte de mi círculo poético y amistoso más cercano.

Qué importante es rodearse de buenas personas en el mundo literario. Y otra de ellas es, sin duda, el nicaragüense William Alexander González Guevara, poeta jovencísimo que ha ganado tres premios importantes en apenas un año; el último de ellos, el Hiperión. William escribe desde el dolor que le causa la dictadura de Nicaragua: el dolor por los exiliados, por los asesinados por el régimen y por aquellos «nadies» que, olvidados, luchan por sobrevivir en un país europeo, lejos de su patria. O Andrés París, un doctor en Bioquímica que se considera, primero, poeta, y batalla por derrumbar la frontera entre ciencia y poesía desde un idealismo puro y apasionado. Hay que hablar de ellos y de otros tantos estupendos escritores, como Javier Lostalé, Raquel Lanseros, Javier Gilabert, Nerea Riesco, Ángelo Néstore, Diego Vaya, Lamiae El Amrani, el poeta chino exiliado Yang Lian… También de Guillermo Marco Remón o Andrés María García Cuevas, con los que compartí debate bajo la moderación de José Antonio Ruiz, o de Allen Josephs, uno de los mayores especialistas en el teatro de Lorca.

Y con Lorca vuelve a cerrarse el círculo, porque, cuando la última noche disfrutamos de una magnífica cena en uno de los cármenes del Albaicín, la luna, sobre la Alhambra, parecía murmurar al viento aquellos versos de Bodas de sangre: «¡Dejadme entrar! ¡Vengo helada / por paredes y cristales! / ¡Abrid tejados y pechos / donde pueda calentarme!». La luna, tan fría y tan blanca, cobijada para siempre en el corazón verde y perfumado de Federico. Y nosotros –los poetas, los lectores, los enamorados–, soñando eternamente con sus labios de nácar. Ya lo he dicho en otras ocasiones: la poesía está por todas partes, no es necesario buscarla en los versos. En el Festival Internacional de Granada, flotaba en cada conversación y en cada sonrisa, y en cada calle de esa ciudad en la que Alberti no pudo entrar hasta volver de su exilio, cuando anunció, orgulloso: «Entraré en Granada».

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