Opinión | El recorte

Solo para jóvenes

Pedro Sánchez y la ministra Raquel Sánchez se felicitan por la aprobación de la ley de vivvienda.

Pedro Sánchez y la ministra Raquel Sánchez se felicitan por la aprobación de la ley de vivvienda. / José Luis Roca

El quinto gallego en popularidad en España (primero fue aquel general bajito del Ferrol, luego Fraga, después Beirás y ahora Yolanda), es decir, Alberto Núñez al que todo el mundo llama Feijóo, ha presentado parte del libro gordo de Petete del PP. O sea, su programa electoral. Y ha entrado a saco con las fantasías animadas de ayer y hoy de Pedro Sánchez, que ha prometido cincuenta mil viviendas sociales, que tenía escondidas en el Monopoly de ese «banco malo» llamado la Sareb. Luego prometió otras cuarenta y tres mil, que sumadas a las veinte mil que anunció hace dos años suman Cristo y la abuela.

Como en la derecha creen que la palabra de Sánchez es «humo de pajas» –con perdón del sexto mandamiento– han propuesto su propio plan, que consiste en avalar un 15% de la compra de la primera vivienda «a los jóvenes». Lo siento pero es que me revienta los higadillos que a todo el mundo le haya dado la matraquilla con la juventud. ¿Me quiere decir el señor Feijóo (Núñez) que un tipo de sesenta años, pelado como una bola de billar, que se arrastra buscando inútilmente volver a un mercado laboral que no lo quiere ni en pintura, no tiene el mismo derecho a que le ayuden a comprar una vivienda? ¿Va a avalar con el dinero de nuestros impuestos a unos ciudadanos y a otros no en función de la fecha de nacimiento?

Ser viejo se ha convertido en una especie de maldición. Si es malo ser joven y no poder empezar una vida autónoma, porque solo existen trabajos basura –sí, Yolanda–, ser una persona de edad avanzada que ha perdido su pequeño negocio o que se ha visto amortizado en su empresa también es una colosal desgracia. Porque ya le coge tarde para casi todo.

Abstrayéndonos de la efebofilia popular, el líder del PP sí ha anunciado medidas contundentes contra la ocupación ilegal de las viviendas. A nadie, por mucha necesidad que tenga, se le ocurre ocupar un parlamento o la sede de un organismo público. Sabe que le van a echar a guantazos, en el dudoso caso de que pueda sortear la vigilancia de la policía o los cuerpos de seguridad privados que custodian las puertas. Pero si es la vivienda de una familia sabe que puede estirar el chicle indefinidamente, porque las propiedades públicas se defienden con el imperio de la ley, pero las privadas no.

El líder de los populares no ha concretado qué medidas concretas se van a tomar contra la ocupación ilegal. Una de las más efectivas podría ser colocar frente a la puerta de la vivienda invadida un altavoz a todo volumen con los plenos del Congreso de los Diputados. Pero eso podría producir el desalojo de toda la manzana y seguramente estará prohibido por la Convención de Derechos Humanos. Lástima.

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