Opinión | Observatorio

Georgina Higueras

Taiwán, la isla que divide a Europa

Taiwán, la isla que divide a Europa

Taiwán, la isla que divide a Europa / Georgina Higueras

Taiwán se ha convertido no solo en el epicentro del enfrentamiento entre Estados Unidos y China, sino también en la isla que divide a Europa. Han corrido ríos de tinta desde que a principios de mes Macron dijese que Europa no debe ser «un vasallo» de EEUU, sino hacer uso de su «autonomía estratégica» para no ser arrastrada por el camino de la guerra entre Washington y Pekín por Taiwán.

Las palabras del presidente francés resonaron como un bombazo en la Casa Blanca y en Bruselas, sobre todo porque se publicaron justo cuando volvía a París tras una visita a China de tres días, a la que también asistió la presidenta de la Comisión Europea, Ursula von der Leyen, quien, por el contrario, defendió que corren nuevos tiempos de rivalidad que exigen «adaptar la estrategia europea» hacia China.

Numerosos analistas sostienen que Macron ha dicho en alto lo que piensan –y callan– muchos europeos: que, en este mundo tan polarizado, la UE debería de ser el «tercer polo» entre los intereses de EEUU y China. Pero el alboroto lo ha desatado el ala más atlantista, con el primer ministro polaco, Mateusz Morawiecki, a la cabeza, que ha pedido que la UE establezca una «asociación estratégica con EEUU». La polvareda levantada ha sacudido al Gobierno de coalición alemán, cuya ministra de Exteriores, Annalena Baerbock, de Los Verdes, que viajó a Pekín días después, fue mucho más dura con China por sus violaciones de los derechos humanos y su apoyo a Rusia en Ucrania.

El empeño estadounidense en preservar la hegemonía alcanzada con el hundimiento de la Unión Soviética urge a Europa a establecer una ruta propia para adaptarse al mundo multipolar al que nos dirigimos. Europa es ajena a la tensión entre EEUU y China y sumándose a EEUU solo consigue echar gasolina al fuego.

Josep Borrell ha tratado de templar gaitas y ha pedido a los 27 que consensúen una política hacia Pekín «menos cacofónica». El jefe de la diplomacia de la UE asegura que «Taiwán es fundamental» para Europa, que importa de esa isla el 90% de los chips avanzados que utiliza su industria. Pero ha dejado claro que el peso de China es decisivo en el nuevo orden mundial que se avecina y que Bruselas tiene que mantener el diálogo con Pekín.

Con 23 millones de habitantes y algo mayor que Galicia, Taiwán, cuyo nombre oficial es República de China, es hoy una economía desarrollada en la que se alza la joya de la digitalización mundial, la TSMC, el mayor fabricante de semiconductores. La TSMC fabrica con licencia de EEUU el 90% de los microchips más avanzados, fundamentales para la industria armamentista, la inteligencia artificial o el desarrollo cuántico.

China considera la isla una parte inalienable de su territorio y asegura que quiere recuperarla de forma pacífica, pero repite que no tolerará su independencia y que si es necesario utilizará la fuerza para impedirlo.

La obsesión de Biden por dividir el mundo en democracias y dictaduras ha encontrado en la defensa de la democracia de Taiwán la excusa perfecta para hostigar a China, mientras fomenta un desacoplamiento económico cuyas consecuencias pueden ser catastróficas para Europa. Ya la ley de chips y ciencia, claramente proteccionista, supone un perjuicio para Europa al prohibir la exportación a China de los chips producidos por EEUU y sus aliados, además de conceder a la industria nacional de semiconductores 280.000 millones de dólares para incrementar su ventaja.

Europa necesita entender, evaluar y elaborar su propia política sobre China y sobre Taiwán, lejos de las injerencias externas. La guerra de Ucrania ha incrementado la dependencia europea de EEUU, tanto en el campo militar como tecnológico e informativo. La UE precisa tener claro cuáles son sus intereses. Como afirma Borrell, hay que buscar una mayor coordinación entre la Comisión y los 27 para «ofrecer un frente menos vulnerable» a los interlocutores, incluidos Pekín y Washington.

El 80% de los taiwaneses prefieren que se mantenga el actual statu quo, porque no confía en la propuesta del PCCh de «un país, dos sistemas», pero tampoco quiere que su futuro lo resuelva una guerra. Europa debe contribuir a calmar las aguas del estrecho de Taiwán y no a agitarlas más.

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