Opinión | Observatorio

San Jorge

En realidad no se sabe mucho de él e incluso se duda de su existencia, aunque en realidad eso tampoco sea importante. Lo importante de un mito es su pervivencia en el tiempo y la vigencia del mensaje que transmite y eso vale desde Gilgamesh hasta el Cid Campeador. Por eso su figura resulta atractiva hasta el punto de haberse convertido en el santo patrón de lugares tan diferentes como Rusia o Catalunya. En todo caso su leyenda es bonita aunque quizás un poco machista y anticuada: el valeroso soldado que mata al dragón y libera a la bella princesa recluida por el monstruo en una mazmorra o, en otra versión no incompatible con la anterior y quizás más realista, el soldado romano convertido al cristianismo que muere como un mártir por defender su religión.

Y como se sabe tan poco de él, puede uno soltar su imaginación y a mí, puestos a elegir, me apetece más pensar en san Jorge como un inconformista que se oponía a la woke culture del imperio y se negaba a aceptar la divinidad del emperador, o que la pederastia y la esclavitud, ampliamente aceptadas en la época, fueran cosas buenas. Y que pagó ese inconformismo con la vida, que es algo admirable pues exige mucho valor.

Hoy mismo es difícil ir en contra de ese pensamiento único que se impone con la woke culture de nuestra época y que fomenta la autocensura al decidir lo que se puede y lo que no se debe decir, llegando en mi opinión a situaciones tan absurdas como la del Getty Museum de Los Ángeles que debatía si exponer obra de Gauguin porque se habría acostado con quinceañeras tahitianas, o como los que ahora critican a Picasso en su centenario por mujeriego impenitente, algo que puede ser criticable pero sin lo que no se comprende buena parte de su obra. Por no hablar de la memez de ocultar a La Bella Durmiente porque la despiertan con un beso no consentido, o a Blancanieves por limpiar la casa y hacer la cena de los siete enanitos, rebajando así –dicen– el papel de la mujer a mera sirvienta, cuando se podría aducir que lo que hacen los enanitos es fomentar el esfuerzo al darle techo y comida, que no tenía, a cambio de un trabajo tan noble como cualquier otro. Me parece que en nuestra época con eso del Mee Too, por bien intencionado que sea, nos hemos pasado varios pueblos.

Como también ocurre con la palabra progresista, que en teoría debería ser paradigma de progreso, de lo que hace progresar a una sociedad, y que algunos se apropian en exclusiva para hacer cosas que no lo son. Así, no tenemos un Gobierno de España sino que tenemos un «Gobierno Progresista de España», aunque luego haga cosas tan retrógradas como desproteger la Constitución con la reforma de la sedición, abaratar la malversación para los políticos si no hay lucro personal (¿qué tal favorecer a alguien para que dentro de cinco años coloque a tu hijo?), o poner en la calle y rebajar penas a individuos que han cometido delitos repugnantes contra mujeres o menores. ¿Y es progresista abandonar a los saharauis para asumir sin explicaciones la postura de Marruecos? Pregunto. Algunos se rasgan las vestiduras cuando ante la falta de votos el PSOE recurre al PP para enmendar el desaguisado del sí es sí, ¿acaso es más progresista no tratar de arreglarlo? Y mil ejemplos más: en Estados Unidos echan de universidades a profesores que se atreven a disentir de esa moral impuesta como si la esencia de la universidad no fuera, precisamente, enseñar a la gente a pensar por sí misma. O ¿es progresista impedir hablar en la universidad a los que defienden opciones políticas diferentes?

En Catalunya, Sant Jordi ampara una preciosa tradición que se celebra el 23 de abril, que es también día de Cervantes y del libro, consistente en regalarse libros y rosas entre hombres y mujeres, aunque hoy quede pelín machista porque parece que los lectores son hombres y a ellas les quedase embriagarse con el aroma de la flor, como si ellas leyeran menos, que no es el caso. Por eso me atrevo a proponer que los hombres también regalen libros a las mujeres y ellas rosas a los hombres. No en lugar de, sino además de. Haría felices a libreros y a floristas.

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