Opinión | Sangre de drago
Pensar nos hace bien
Llevamos unos meses escuchando hablar de la Inteligencia Artificial de manera reiterada en muchos espacios de la vida pública. Nadie puede parar el avance científico y tecnológico, aunque haya que someterlo al filtro de la reflexión y deliberación ética. La tecnología debe sumar a lo humano personal y socialmente. Pero no hay que temerla, sino acogerla humanamente.
Pero ¿en qué sentido es inteligencia? La inteligencia humana se ha definido de muchas maneras, incluyendo, entre otras: la capacidad de lógica, la comprensión, la autoconciencia, el aprendizaje, el conocimiento emocional, el razonamiento, la planificación, la creatividad, el pensamiento crítico y la resolución de problemas. En términos más generales, se puede describir como la capacidad de percibir o inferir información, y retenerla como conocimiento para aplicarlo a comportamientos adaptativos dentro de un determinado contexto. Por esta suma de competencias decimos que los seres humanos somos inteligentes.
¿Y las máquinas? En términos generales, la inteligencia artificial es un campo de estudio y un tipo de tecnología que se caracteriza por el desarrollo y uso de máquinas capaces de realizar tareas que normalmente habrían requerido inteligencia humana. No se trata de sustituir la inteligencia humana, sino de contribuir al esfuerzo humano. Al fin y al cabo, la inteligencia artificial es consecuencia de la inteligencia humana.
Tal vez sea el concepto artificial el que cualifique y especifique su peculiaridad. Hay una inteligencia natural y hay una inteligencia artificial. Hay una capacidad con la que nacemos los humanos y, futo de esta capacidad, de la ciencia y de la tecnología, existe una forma artificial de combinar conocimientos y capacidad deductiva que multiplica la capacidad natural de la inteligencia.
Artificial surge de términos latinos de indudable importancia. Arte, artista, artesanía, artífice, tiene el mismo origen. Se trata de algo hecho por alguien. Un árbol está ahí, en la naturaleza; un armario de madera fue hecho por alguien transformando la madera del árbol en un objeto acomodado a la necesidad de guardar la ropa. Lo natural y lo artificial es lo que convierte la naturaleza en mundo.
Una ciudad, con sus calles, casa y edificios, con su sistema de alumbrado público y privado, con sus conexiones de agua y recogida de basura, es la transformación humana de lo natural según la necesidad. Cuando se humaniza la naturaleza surge el mundo humano. Estas transformaciones vienen a sumar, a facilitar, a potenciar, pero no a eliminar lo humano. Lo que hace más persona a una persona, o mejor sociedad a una sociedad, lo podemos calificar de bueno. En este sentido, podríamos imaginar –o, al menos soñar con ello– que la inteligencia artificial ha llegado como algo bueno para la persona y la sociedad.
Tal vez se trata de un deseo esperanzado por mi parte de que algo bueno se esconde siempre detrás de todo. Pero seguirá siendo necesaria la inteligencia natural, aquella que estamos llamados a cultivar con la lectura, el aprendizaje, el diálogo, el esfuerzo y el ejercicio. Que nos ayuden a pensar es bueno. Que nos impidan pensar es inhumano. Que renunciemos a pensar, porque ya otros u otras –máquinas- lo hacen por nosotros, sería peor.
Pensar nos hace bien.
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